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Comunicadores Charrúas

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  • Profeso la Horizontalidad como nuestros ancestros Charrúas. Activista social desde el corazón.
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Esta Lucha es de los Originarios

y de Todo Aquel que se Considere un

Defensor de los Derechos Humanos.

Este artículo contiene dos videos

de la Campaña y la Totalidad del

contenido del Convenio 169 de la OIT

sobre pueblos indígenas y tribales.

GRACIAS POR DIFUNDIR Y APOYAR.

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24 abril 2011 7 24 /04 /abril /2011 21:42

http://farm1.static.flickr.com/24/57252925_18015a71ae.jpgPor Juan Eduardo Gil Mora*

En la zona andina nuestros ancestros los Incas, dominaron técnicas y estrategias de la adaptación, resistencia y mejoramiento de las especies vegetales y tuvieron en Moray el Centro andino más importante para introducir especies nuevas, mejoras genéticas y aquellas adaptadas a nuevos ambientes. 

Un Organismo Modificado Genéticamente, (OMG) es un organismo vivo que ha sido creado artificialmente manipulando sus genes. Las técnicas de ingeniería genética consisten en aislar segmentos del ADN (el material genético) de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal e incluso humano) para introducirlos en el material hereditario de otro. La planta transgénica contiene uno o más genes que han sido insertados en forma artificial en lugar de que la planta los adquiera mediante la polinización. La secuencia génica insertada (llamada transgén) puede provenir de otra planta no emparentada o de una especie diferente por completo. La diferencia fundamental con las técnicas tradicionales de mejora genética es que permiten franquear las barreras entre especies para crear seres vivos que no existían en la naturaleza.

Diversas instituciones de carácter científico y organismos internacionales han observado los peligros de estos cultivos para el ambiente, para el sistema agrario, la agricultura, la salud, repercusiones en lo social y económico que deben ser adecuada y oportunamente analizados y dados a conocer a todos los niveles de la sociedad. Los riesgos sanitarios a largo plazo de los OMG presentes en nuestra alimentación o en la de los animales cuyos productos consumimos no se están evaluando correctamente y su alcance sigue siendo desconocido.

Del mismo modo, ha sido altamente sostenida la contaminación y erosión genética que ponen en peligro variedades y especies cultivadas tradicionalmente.

El Perú posee una vasta biodiversidad, enorme riqueza natural que pertenece a todos los peruanos; las plantas nativas que posee no sólo constituyen un potencial para la alimentación y la salud; son decenas de miles de especies cuyas propiedades son escasamente conocidas y difundidas, sólo por citar las que tienen mayor información, se tiene más de 3,000 variedades de papas, cientos de ecotipos de maíz y frijoles, miles de variedades de quinua y kiwicha. Estas especies nativas poseen una riqueza en micronutrientes, minerales, vitaminas y otras propiedades que aun son necesarias investigar.

En el Perú la riqueza biológica de los cultivos tradicionales es una herencia que debe ser valorada. Organismos internacionales como la FAO alertan sobre el peligro de los transgénicos, especialmente en aquellos países centros de origen de cultivos alimenticios, como el Perú que es el centro de origen de la papa, de los pseudosecereales andinos, del cacao, del llacón, la chirimoya, el camucamu, el aguaymantu, y tubérculos andinos, sólo por citar algunos ejemplos que han curado y alimentado a numerosas personas del mundo y han impulsado el desarrollo de la industria. El Perú posee 87 de las 108 Zonas de Vida Natural identificadas para el mundo, sólo en Cusco se hallan 34 de estas Zonas de Vida Natural, por lo tanto, la diversidad de ecosistemas, hábitats, climas y pisos altitudinales posibilitan tener una diversidad biológica exuberante donde se puede cultivar de todo. En ello radica nuestra riqueza y el potencial económico.

La solución al hambre y la desnutrición por la que atraviesan millones de compatriotas, no es sustento para la liberación de estos organismos vivos modificados; por el contrario, la solución pasa por el desarrollo de tecnologías sostenibles y justas y por el empleo de herramientas que utilicen insumos naturales y que no generen erosión genética. Todo ello acompañado de políticas en los más altos niveles de gobierno y que brinden el apoyo más decidido considerando la geografía, la alta biodiversidad, los frágiles ecosistemas y teniendo en cuenta que el país es centro de origen de muchas especies.

En la zona andina y desde miles de años se practica una agricultura mixta y la riqueza de la biodiversidad siempre ha sido un patrimonio de los pueblos, la diversidad constituye una estrategia para tener éxito sobre las inclemencias del clima, del ataque de plagas y enfermedades y es una estrategia para tener éxito en la producción de alimentos y constituye un insumo clave de la soberanía alimentaria.

El Perú es suscriptor de acuerdos en materia de cuidado ambiental y bioseguridad, por lo tanto, debería aplicar mecanismos para su cumplimiento, de lo contrario se verían amenazados los derechos de las comunidades andinas y amazónicas y no se estarían protegiendo el exuberante material genético que posee nuestro país.

El Perú es signatario del Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad y del Convenio sobre la Diversidad Biológica, estos documentos de carácter internacional se han convertido en el marco normativo para la biotecnología moderna en el que se concilian los intereses del comercio internacional y la necesidad de proteger la salud humana y el ambiente.

Como podemos apreciar, los transgénicos constituyen organismos que, sin la adecuada prueba y ensayo sobre nuestra diversidad, pueden afectar seriamente a nuestros ecosistemas y lo que es más importante a nuestra salud; por lo tanto, es necesario conocer adecuadamente los mecanismos y los componentes de estos cultivos y alimentos que ya pretenden invadir los campos de cultivo y acaso la mesa de los consumidores.

El consumidor debe estar informado de estos posibles riesgos y conocer si es que los alimentos que consume son o no transgénicos. Este es el Derecho a la información reconocido por las Directivas de Naciones Unidas para la Protección del Consumidor, pero que en el caso de los OGM no se está cumpliendo.

Son varios los gobiernos regionales en el país que han declarado sus territorios como regiones libres de transgénicos; es el caso de Ayacucho, San Martín, Huánuco, Cusco y Lambayeque. Sus actuales autoridades deberán pronunciarse sobre el DS 003-2011-MINAG y su aplicabilidad en sus territorios. Lo cierto es que toda la zona andina por su importante orografía es poseedora de diversos climas y pisos altitudinales que constituyen ecosistemas y hábitats específicos para una diversidad de flora y fauna empleados en alimentación, salud y aspectos sociales y religiosos que podrían correr alto riesgo de introducirse estos organismos genéticamente modificados. Lo propio ocurre en la amazonía donde la biodiversidad es mayor y apenas conocemos un escaso número respecto de sus propiedades alimenticias, medicinales, farmacopeas, industriales, etc.

Permitir que ingresen los transgénicos a un país rico en Biodiversidad, o posibilitar mediante Reglamento la manipulación genética para crear organismos vivos modificados en el Perú, constituye un atentado lesa patrimonio natural en perjuicio de la evolución que ha tardado millones de años para heredarnos la riqueza en biodiversidad que tenemos los peruanos.

El Reglamento Interno sectorial sobre Seguridad de la Biotecnología en el desarrollo de actividades con Organismos Vivos modificados agropecuarios o forestales y/o sus productos derivados, aprobado mediante DS 003-2011 AG. Crea el Grupo Técnico Sectorial -GTS– como órgano de apoyo al INIA, encargado de la evaluación y gestión de riesgos de toda actividad o uso de OVM con fines agropecuarios o forestales. Y está integrado por un representante del ministerio del Ambiente y dos expertos designados por las universidades; éstas instituciones no han sido partícipes de la elaboración del Reglamento, no han sido consultados y seguramente algunos están sorprendidos del contenido del Reglamento.

La evaluación de riesgos, según el Reglamento, consiste en Identificar cualquier característica genotípica y fenotípica nueva relacionada con el Organismo Vivo Modificado agropecuario o forestal y/o sus productos derivados para usos agropecuarios o forestales que pueda tener efectos adversos en la diversidad biológica, teniendo en cuenta también, los riesgos para la salud humana. Igualmente, evaluar la posibilidad de que esos efectos adversos ocurran realmente, teniendo en cuenta el nivel y el tipo de exposición del probable ambiente receptor y, evaluar las consecuencias si esos efectos adversos ocurriesen realmente. Lo señalado en el Reglamento, implica que el INIA ha de tener un ente afín especializado. Todos conocemos de la debilidad institucional en el país, la poca presencia del Estado en el ámbito territorial, la lentitud con que se actúa desde el aparato gubernamental y la falta de implementación con laboratorios, equipos e insumos e incluso de personal calificado, que sin duda serán necesarios para este órgano adscrito al INIA; este sólo hecho garantiza escasa vigilancia, monitoreo respecto de la bioseguridad y los altos riesgos que representan los ensayos con los organismos vivos modificados y los diversos ensayos en campos experimentales, laboratorios y gabinetes donde se tendrán que efectuar los ensayos con la mayor rigurosidad científica antes de su lanzamiento al mercado de un producto u organismo modificado genéticamente.

En razón a lo anteriormente sustentado, opinamos que los diferentes niveles de gobierno y la sociedad civil debe optar por la exigencia de que el Gobierno vele por la seguridad alimentaria empleando nuestra exuberante diversidad biológica y exigir la derogatoria del D.S. 003-2011-MINAG y considerar lo siguiente:

1. Optar por decisiones políticas y tecnológicas a fin de preservar la integridad genética y la biodiversidad de los cultivos andinos amazónicos y en general de plantas nativas peruanas cuyos cultivos garantizan protección contra el hambre en el país.

2. Todos somos consumidores y como tales, tenemos derechos fundamentales reconocidos a nivel universal como el Derecho a la Información, el Derecho a la Salud y Seguridad, y el Derecho a la Protección de un Ambiente Saludable. Por lo tanto, exigimos una legislación apropiada a efecto de estar adecuada y oportunamente informados, la obligación del etiquetado se encuentra inserta dentro de los principios del “derecho a saber” del consumidor y esto regula al etiquetado de los alimentos que hayan utilizado ingredientes o aditivos genéticamente modificados; consecuentemente, los alimentos procedentes de cosechas transgénicas tienen que tener en la etiqueta la mención “modificado genéticamente”. El etiquetado obligatorio es la mejor solución para garantizar que los consumidores estén informados y puedan elegir los alimentos que desean.

3. Siendo el Perú un país suscriptor del Protocolo de Bioseguridad debe de tomar decisiones para garantizar un nivel adecuado de protección en la esfera de transferencia, manipulación y utilización segura de los organismos vivos modificados resultantes de la biotecnología moderna, que puedan tener efectos adversos para la conservación y la utilización sostenible de la Diversidad Biológica teniendo en cuenta también los riesgos para la salud humana. Por ello demandamos a las diversas instancias del Gobierno no aceptar OMG sin analizar a través del conocimiento científico, los conceptos de seguridad, su aplicación práctica, sus limitaciones, las estrategias alternativas para evaluar los riesgos.

4. Impulsar la investigación sobre los OMG con la rigurosidad científica y sometida a un profundo análisis, con estudios minuciosos, no solo a nivel del corto plazo sino también con estudios de sus efectos a largo plazo. Esto implica la asignación de presupuestos significativos a los Institutos de investigación de las universidades a efecto de que los resultados de sus investigaciones sean los que sirvan para la toma de decisiones en los niveles técnico y político.

5. Promover una agricultura ecológica u orgánica impulsando mecanismos de producción engarzada a los mercados internacionales, esto sin duda pasa por la organización adecuada, la asociatividad de los productores, las cadenas productivas, capacitación, facilidades de crédito, proporción de semillas mejoradas y el apoyo del gobierno.

*Juan Eduardo Gil Mora es biólogo, consultor en temas de gestión ambiental.

 

"Nuestro Norte es el Sur" A partir del Jueves 5 de Mayo, Marquemos un Norte Radio

Enlace al Programa: Marquemos un Norte

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23 abril 2011 6 23 /04 /abril /2011 01:58

http://servindi.org/img//2011/04/flyer.jpgLa Red Peruana por una Globalización con Equidad (RedGe) y el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES) invitan a la presentación del libroTransiciones: post extractivismo y alternativas al extractivismo en el Perú que se realizará el 28 de abril a las 19 hrs.

 

El evento se realiza en la Carpa 2, Paseo Colón 125, Parque de la Exposición, Lima; en el marco de la XVI Conferencia Nacional Sobre Desarrollo Social (CONADES) que se realizará los próximos 28 y 29 de abril en el mismo parque.

La presentación contará con la participación de Carlos Monge de Revenue Watch Institute, José de Echave, de Cooperacción, César Gamboa, de Derecho, Ambiente y Recursos Naturales (DAR), y Eduardo Gudynas, del Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES).

Los autores de la publicación son Carlos Monge, Claudia Viale, Epifanio Baca, Javier Azpur, Ernesto Ráez, José de Echave, César Gamboa, Pedro Francke, Vicente Sotelo, Martín Scurrah, Juan Carlos Sueiro y Eduardo Gudynas. Alejandra Alayza y Eduardo Gudynes como editores.

Ellos explican en el libro temas como los retos que el cambio, la crisis energética, la crisis financiera y la crisis alimentaria plantean al modelo extractivista; además qué es el post extractivismo y cómo pensar en alternativas para las Transiciones hacia los otros modelos de desarrollo en el Perú.

El ingreso es gratuito y puede confirmar su participación al 433 6610, anexo 116.

 

 

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22 abril 2011 5 22 /04 /abril /2011 16:39

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Eduardo Galeano

El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.

Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.

La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.

Un objeto que quiere ser sujeto

Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.
En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.

¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.

Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.

Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos… Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de 120 años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.

Gritos y susurros

Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la nueva Constitución de Ecuador.

Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia. Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco vomitó impunemente 18 mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y estaba dirigida por Condoleezza Rice. Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco continuaba contaminando el mundo.

Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y no es por casualidad que la Asamblea Constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de renacimiento nacional con el ideal de vida del sumak kausai. Eso significa, en lengua quichua, vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.

Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar otro futuro aposible.

Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios y después en nombre de la civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las consecuencias de ese divorcio obligatorio.

E. Galeano es escritor uruguayo. Publicado en Brecha (Uruguay), 18 abril 2008.  El presente artículo apareció en plena discusión sobre los derechos de la Naturaleza en el seno de la Asamblea Constituyente de Ecuador.

 

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22 abril 2011 5 22 /04 /abril /2011 16:19

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Alberto Acosta

Toda Constitución sintetiza un momento histórico. En toda Constitución se cristalizan procesos sociales acumulados. Y en toda Constitución se plasma una determinada forma de entender la vida. Una Constitución, sin embargo, no hace a una sociedad. Es la sociedad la que elabora la Constitución y la adopta casi como una hoja de ruta. Una Constitución, más allá de su indudable trascendencia jurídica, es ante todo un proyecto político de vida en común, que debe ser puesto en vigencia con el concurso activo de la sociedad.

Desde esta perspectiva, la Constitución ecuatoriana -construida colectivamente en los años 2007 y 2008-, fiel a las demandas acumuladas en la sociedad, consecuente con las expectativas creadas, responsable con los retos globales, se proyecta como medio e incluso como un fin para dar paso a cambios estructurales. En su contenido afloran múltiples definiciones para impulsar transformaciones de fondo, a partir de propuestas construidas a lo largo de muchas décadas de resistencias y de luchas sociales. Transformaciones, muchas veces, imposibles de aceptar (e inclusive de entender) por parte de los constitucionalistas tradicionales y de quienes a la postre ven como sus privilegios están en peligro. Una de esas “novedades” se plasma en los Derechos de la Naturaleza.
 
La Naturaleza en el centro del debate

La acumulación material -mecanicista e interminable de bienes-, apoltronada en “el utilitarismo antropocéntrico sobre la Naturaleza”- al decir del uruguayo Eduardo Gudynas-, no tiene futuro. Los límites de los estilos de vida sustentados en esta visión ideológica del progreso son cada vez más notables y preocupantes. No se puede seguir asumiendo a la Naturaleza como un factor de producción para el crecimiento económico o como un simple objeto de las políticas de desarrollo.

Esto nos conduce a aceptar que la Naturaleza, en tanto término conceptualizado por los seres humanos, debe ser reinterpretada y revisada íntegramente. Para empezar la humanidad no está fuera de la Naturaleza. La visión dominante, incluso al definir la Naturaleza sin considerar a la humanidad como parte integral de la misma, ha abierto la puerta para dominarla y manipularla. Se le ha transformado en recursos o en “capital natural” a ser explotados. Cuando, en realidad, la Naturaleza puede existir sin seres humanos…

En este punto hay que rescatar las dimensiones de la sustentabilidad. Esta exige una nueva ética para organizar la vida misma. Un paso clave, los objetivos económicos deben estar subordinados a las leyes de funcionamiento de los sistemas naturales, sin perder de vista el respeto a la dignidad humana y la mejoría de la calidad de vida de las personas.

Un proceso histórico de ampliación de los derechos

A lo largo de la historia, cada ampliación de los derechos fue anteriormente impensable. La emancipación de los esclavos o la extensión de los derechos civiles a los afroamericanos, a las mujeres y a los niños fueron una vez rechazadas por los grupos dominantes por ser consideradas como un absurdo. Para la abolición de la esclavitud se requería que se reconozca “el derecho de tener derechos”, lo que exigía un esfuerzo político para cambiar aquellas leyes que negaban esos derechos. Para liberar a la Naturaleza de esta condición de sujeto sin derechos o de simple objeto de propiedad, es entonces necesario un esfuerzo político que reconozca que la Naturaleza es sujeto de derechos. Este aspecto es fundamental si aceptamos que todos los seres vivos tienen el mismo derecho ontológico a la vida.

Esta lucha de liberación es, ante todo, un esfuerzo político que empieza por reconocer que el sistema capitalista destruye sus propias condiciones biofísicas de existencia. Dotarle de Derechos a la Naturaleza significa, entonces, alentar políticamente su paso de objeto a sujeto, como parte de un proceso centenario de ampliación de los sujetos del derecho. Si se le aseguran derechos a la Naturaleza se consolida el “derecho a la existencia” de los propios seres humanos, como anotaba en 1988 el jurista suizo Jörg Leimbacher.

Del actual antropocentrismo debemos transitar, al decir de Gudynas, al biocentrismo. Esto implica organizar la economía preservando la integridad de los procesos naturales, garantizando los flujos de energía y de materiales en la biosfera, sin dejar de preservar la biodiversidad.

Estos planteamientos ubican con claridad por donde debería marchar la construcción de una nueva forma de organización de la sociedad. Pero, no será fácil. Sobre todo en la medida que ésta afecta los privilegios de los círculos de poder nacionales y transnacionales, éstos harán lo imposible para tratar de detener este proceso. Esta reacción, lamentablemente, también se nutre de algunas acciones y decisiones del gobierno de Rafael Correa, quien alentó con entusiasmo el proceso constituyente y la aprobación popular de la Constitución de Montecristi, pero que con algunas de las leyes aprobadas posteriormente, por ejemplo la Ley de Minería o la Ley de Soberanía Alimentaria, sin dar paso a la conformación del Estado plurinacional, en una suerte de contrarrevolución legal, atenta contra varios de los principios constitucionales.

Una declaración pionera a nivel mundial

Al reconocer a la Naturaleza como sujeto de derechos, en la búsqueda de ese necesario equilibrio entre la Naturaleza y las necesidades y derechos de los seres humanos, enmarcados en el principio del Buen Vivir, se supera la clásica versión jurídica. Y para conseguirlo nada mejor que diferenciar los Derechos Humanos de los Derechos de la Naturaleza, tal como lo plantea Gudynas.

En los Derechos Humanos el centro está puesto en la persona. Se trata de una visión antropocéntrica. En los derechos políticos y sociales, es decir de primera y segunda generación, el Estado le reconoce a la ciudadanía esos derechos, como parte de una visión individualista e individualizadora. En los derechos económicos, culturales y ambientales, conocidos como derechos de tercera generación, se incluye el derecho a que los seres humanos gocen de condiciones sociales equitativas y de un medioambiente sano y no contaminado. Se procura evitar la pobreza y el deterioro ambiental.

Los derechos de primera generación se enmarcan en la visión clásica de la justicia: imparcialidad ante la ley, garantías ciudadanas, etc. Para cristalizar los derechos económicos y sociales se da paso a la justicia re-distributiva o justicia social, orientada a resolver la pobreza. Los derechos de tercera generación configuran, además, la justicia ambiental, que atiende sobre todo demandas de grupos pobres y marginados en defensa de la calidad de sus condiciones de vida afectada por destrozos ambientales. En estos casos, cuando hay daños ambientales, los seres humanos pueden ser indemnizados, reparados y/o compensados.

En los Derechos de la Naturaleza el centro está puesto en la Naturaleza. Esta vale por sí misma, independientemente de la utilidad o usos del ser humano, que forma parte de la Naturaleza. Esto es lo que representa una visión biocéntrica. Estos derechos no defienden una Naturaleza intocada, que nos lleve, por ejemplo, a dejar de tener cultivos, pesca o ganadería. Estos derechos defienden mantener los sistemas de vida, los conjuntos de vida. Su atención se fija en los ecosistemas, en las colectividades, no en los individuos. Se puede comer carne, pescado y granos, por ejemplo, mientras me asegure que quedan ecosistemas funcionando con sus especies nativas.

A los Derechos de la Naturaleza se los llama derechos ecológicos para diferenciarlos de los derechos ambientales de la opción anterior. En la nueva Constitución ecuatoriana -no así en la boliviana- estos derechos aparecen en forma explícita como Derechos de la Naturaleza, así como derechos para proteger las especies amenazadas y las áreas naturales o restaurar las áreas degradadas. También es trascendente la incorporación del término Pacha Mama, como sinónimo de Naturaleza, en tanto reconocimiento de interculturalidad y plurinacionalidad.

En este campo, la justicia ecológica pretende asegurar la persistencia y sobrevivencia de las especies y sus ecosistemas, como redes de vida. Esta justicia es independiente de la justicia ambiental. No es de su incumbencia la indemnización a los humanos por el daño ambiental. Se expresa en la restauración de los ecosistemas afectados. En realidad se deben aplicar simultáneamente las dos justicias: la ambiental para las personas, y la ecológica para la Naturaleza.

Siguiendo con las reflexiones de Gudynas, los Derechos de la Naturaleza necesitan y a la vez originan otro tipo de definición de ciudadanía, que se construye en lo social pero también en lo ambiental. Estas ciudadanías son plurales, ya que dependen de las historias y de los ambientes, acogen criterios de justicia ecológica que superan la visión tradicional de justicia.

La proyección de los Derechos de la Naturaleza

De los Derechos de la Naturaleza, asumidos en la Constitución ecuatoriana, se derivan decisiones trascendentales. Uno clave tiene que ver con procesos de desmercantilización de la Naturaleza, como han sido la privatización del agua, así como de sus sistemas de distribución y abastecimiento. Igualmente se exige la eliminación de criterios mercantiles para utilizar los servicios ambientales. La restauración integral de los ecosistemas degradados es otro de los pasos revolucionarios adoptados.

La soberanía alimentaria se transforma en eje conductor de las políticas agrarias e incluso de recuperación del verdadero patrimonio nacional: su biodiversidad. Incluso se reclama la necesidad de conseguir la soberanía energética, sin poner en riesgo la soberanía alimentaria o el equilibrio ecológico.

Si aceptamos que es necesaria una nueva ética para reorganizar la vida en el planeta, resulta indispensable agregar a la justicia social y la justicia ambiental, la justicia ecológica. En otras palabras, los Derechos Humanos se complementan con los Derechos de la Naturaleza, y viceversa.

De los Andes al mundo

El mandato de los Derechos de la Naturaleza nos invita a pensar y realizar una integración regional de nuevo cuño. Y desde esta perspectiva, desde Nuestra América habrá que levantar la tesis de una pronta Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, compromiso que podrá encontrar un espaldarazo en el marco de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, convocada por el presidente Evo Morales.

Nuestra responsabilidad es grande y compleja. Al tiempo que condenamos los sistemas y las prácticas depredadoras forjadas en el capitalismo metropolitano, debemos condenar por igual y superar las diversas formas de extractivismo que consolidan la sumisión de nuestros países en el mercado mundial, en tanto productores y exportadores de materias primas. Este extractivismo, para nada superado en nuestros países, seguirá hundiendo en la miseria a los pueblos y agravando los problemas ambientales.

En suma, está en juego el Buen Vivir (sumak kausay o suma qamaña), relacionado estrechamente con los Derechos de la Naturaleza. Estos derechos, sumados a los Derechos Humanos, nos conminan a construir democráticamente sociedades sustentables. Y esas sociedades se lograrán a partir de ciudadanías plurales pensadas también desde lo ambiental, en las que el ser humano y las diversas colectividades de seres humanos coexistan en armonía con la Naturaleza.

Alberto Acosta es Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la FLACSO. Consultor internacional. Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente.
Publicado en América Latina en Movimiento Nº 454, abril de 2010, ALAI – Agencia Latino Americana de Informaciones

 

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22 abril 2011 5 22 /04 /abril /2011 16:14

http://3.bp.blogspot.com/__dr1zNz6Bv8/SHWvzm0Z2nI/AAAAAAAAABU/goF3xEu8jmw/S692/LOGO+NATURALEZAfina.JPGGustavo Duch Guillot

En la reciente Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático, celebrada en Cochabamba (Bolivia), se habló ampliamente de una comunidad muy agredida y maltrecha, y se mostraron hacia ella constantes referencias de solidaridad y mensajes de apoyo. Hablaban, claro, del planeta Tierra, la madre naturaleza o la Pachamama, sinónimos todos de la más grande comunidad de vida conocida.

Lo sabemos pero lo ignoramos. La Tierra es un ser vivo, ahora malherido. Sufre una fiebre constante que, si continúa progresando, puede generarle algunas patologías irreversibles. El aire que respira es cada vez más pobre en oxígeno y así, mal alimentada, envejece precozmente. Sus arterias –los ríos, el mar– están contaminadas e infestadas, lo que le resta energías. Las células que la conforman –especies vegetales y animales– corren el riesgo de desaparecer. Y el ritmo que le exige una de estas especies, la humana, es tan acelerado que –dicen los expertos– en menos de 20 años necesitaría una hermana gemela, un segundo planeta, para ser capaz de seguir ofreciendo y regalando todo lo que hoy le exigimos a golpe de perforadora, arrastrando redes sobre su lecho marino y envenenando su fina capa de piel –la tierra fértil– con químicos muy agresivos.

Conscientes de esta realidad, las más de 35.000 personas reunidas en Cochabamba (mayoritariamente campesinas, indígenas, pescadoras, miembros de organizaciones ambientalistas, de mujeres, de movimientos sociales, etc.) supieron ponerse de acuerdo y sentar las bases de una estrategia común frente al cambio climático, a diferencia de lo ocurrido en Copenhague hace unos pocos meses. Y así ha quedado recogido en el llamado Acuerdo de los Pueblos (www.cmpcc.org ).

Entre las propuestas sobresale la iniciativa de consensuar una Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra. Fíjense. Si somos capaces de deconstruir nuestra concepción antropocéntrica, podremos entender y abrazar un planteamiento biocéntrico (según la terminología que define Eduardo Gudynas), donde añadimos a los derechos individuales y colectivos de los seres humanos –civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales– los derechos propios de ese otro ser, la naturaleza. Pero, decía, nuestras sociedades occidentales, fundamentalmente, han de hacer un esfuerzo para que se produzca este cambio de registro, pues llevamos muchos siglos considerando la naturaleza como un espacio salvaje que hemos de dominar para, bajo nuestro control, convertirla en una despensa supuestamente inagotable para el disfrute del ser humano. Aquí radica, desde mi punto de vista, una de las virtudes de la declaración: corregir un pensamiento que está en la base de la crisis global actual.

El proyecto de una Declaración de los derechos de la naturaleza ya tiene antecedentes. Para la nueva Constitución de Ecuador, la Pachamama es “donde se reproduce y realiza la vida” y “tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos” (artículo 72). A partir de esas premisas, la naturaleza pasa a ser ella misma objeto de derechos, tiene valor por sí misma, independientemente de la utilidad o usos que le quiera dar el ser humano y “toda persona, comunidad, pueblo o nacionalidad podrá exigir a la autoridad pública el cumplimiento de los derechos de la naturaleza”. Y de aquí nace otra de las iniciativas surgidas en Cochabamba: el Tribunal Internacional de Justicia Climática y Ambiental, que podría marcar justiciabilidad en aquellas acciones u omisiones que vulneraran los derechos de la naturaleza.

Como dice Alberto Acosta, una constitución (o, en este caso, una declaración) no hace a una sociedad, sino que es un proyecto político de vida en común que debe ser puesto en vigencia con el concurso activo de la sociedad. La elaboración y supuesta aprobación de esta Declaración se erigiría, y esta sería su segunda gran virtud, como eje orientador –como una nueva ética– para propiciar los cambios estructurales e impulsar las transformaciones que necesita nuestra sociedad global. Sin capacidad para exponerlos todos, resalta la revisión que forzaría al abandono de las políticas extractivistas en las que andan ahogadas muchas economías de los países del Sur como suministradores de los países ricos, incluido también el caso de Ecuador que, a pesar de todo, sigue promoviendo la explotación de petróleo en la región amazónica, la minería sin sentido o una agricultura dependiente de los agroquímicos. Aunque los seres humanos tenemos derecho a beneficiarnos del ambiente y las riquezas naturales que nos permitan un buen vivir (concepto también indigenista que excluye lujos innecesarios), este derecho debe ser compatible con los conjuntos de vida. No son aceptables extracciones de petróleo si atentan contra comunidades originarias, igual que no son aceptables técnicas agrícolas que acaban con ecosistemas de cualquier orden.

Desde los países andinos surgen propuestas de una capacidad transformadora inmensa, que seguro generarán muchas contradicciones y tensiones frente a la ideología del progreso imperante que asocia desarrollo sólo con crecimiento económico. Incluso puede que parezcan absurdas, como absurdas les parecía a los grupos dominantes la emancipación de los esclavos o la extensión de derechos civiles a los afromericanos, a las mujeres y a los niños y niñas.

Gustavo Duch Guillot fue Director de Veterinarios Sin Fronteras y Colaborador de la Universidad Rural Paulo Freire (ver…). Publicado originalmente en ALAI, América Latina en Movimiento

 

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22 abril 2011 5 22 /04 /abril /2011 16:09

Eduardo Galeano

http://www.mapuexpress.net/images/news/20_4_2010_19_10_47.jpg
Lamentablemente, no podré estar con ustedes.

Se me atravesó un palo en la rueda, que me impide viajar.

Pero quiero acompañar de alguna manera esta reunión de ustedes, esta reunión de los míos, ya que no tengo más remedio que hacer lo poquito que puedo y no lo muchito que quiero.

Y por estar sin estar estando, al menos les envío estas palabras.

Quiero decirles que ojalá se pueda hacer todo lo posible, y lo imposible también, para que la Cumbre de la Madre Tierra sea la primera etapa hacia la expresión colectiva de los pueblos que no dirigen la política mundial, pero la padecen.

Ojalá seamos capaces de llevar adelante estas dos iniciativas del compañero Evo, el Tribunal de la Justicia Climática y el Referéndum Mundial contra un sistema de poder fundado en la guerra y el derroche, que desprecia la vida humana y pone bandera de remate a nuestros bienes terrenales.

Ojalá seamos capaces de hablar poco y hacer mucho. Graves daños nos ha hecho, y nos sigue haciendo, la inflación palabraria, que en América latina es más nociva que la inflación monetaria. Y también, y sobre todo, estamos hartos de la hipocresía de los países ricos, que nos están dejando sin planeta mientras pronuncian pomposos discursos para disimular el secuestro.

Hay quienes dicen que la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud. Otros dicen que la hipocresía es la única prueba de la existencia del infinito. Y el discurserío de la llamada “comunidad internacional”, ese club de banqueros y guerreros, prueba que las dos definiciones son correctas.

Yo quiero celebrar, en cambio, la fuerza de verdad que irradian las palabras y los silencios que nacen de la comunión humana con la naturaleza. Y no es por casualidad que esta Cumbre de la Madre Tierra se realiza en Bolivia, esta nación de naciones que se está redescubriendo a sí misma al cabo de dos siglos de vida mentida.

Bolivia acaba de celebrar los diez años de la victoria popular en la guerra del agua, cuando el pueblo de Cochabamba fue capaz de derrotar a una todopoderosa empresa de California, dueña del agua por obra y gracia de un gobierno que decía ser boliviano y era muy generoso con lo ajeno.

Esa guerra del agua fue una de las batallas que esta tierra sigue librando en defensa de sus recursos naturales, o sea: en defensa de su identidad con la naturaleza.

Hay voces del pasado que hablan al futuro.

Bolivia es una de las naciones americanas donde las culturas indígenas han sabido sobrevivir, y esas voces resuenan ahora con más fuerza que nunca, a pesar del largo tiempo de la persecución y del desprecio.

El mundo entero, aturdido como está, deambulando como ciego en tiroteo, tendría que escuchar esas voces. Ellas nos enseñan que nosotros, los humanitos, somos parte de la naturaleza, parientes de todos los que tienen piernas, patas, alas o raíces. La conquista europea condenó por idolatría a los indígenas que vivían esa comunión, y por creer en ella fueron azotados, degollados o quemados vivos.

Desde aquellos tiempos del Renacimiento europeo, la naturaleza se convirtió en mercancía o en obstáculo al progreso humano. Y hasta hoy, ese divorcio entre nosotros y ella ha persistido, a tal punto que todavía hay gente de buena voluntad que se conmueve por la pobre naturaleza, tan maltratada, tan lastimada, pero viéndola desde afuera.

Las culturas indígenas la ven desde adentro. Viéndola, me veo. Lo que contra ella hago, está hecho contra mí. En ella me encuentro, mis piernas son también el camino que las anda.

Celebremos, pues, esta Cumbre de la Madre Tierra. Y ojalá los sordos escuchen: los derechos humanos y los derechos de la naturaleza son dos nombres de la misma dignidad.

Vuelan abrazos, desde Montevideo.



http://www.alainet.org/active/37440

 

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22 abril 2011 5 22 /04 /abril /2011 16:04

Nicola Bullard

http://questiondigital.com/wp-content/uploads/2010/04/32671247cambio-climatico-w1-jpg.jpgQuizás sin entender plenamente el significado ni las implicaciones, los movimientos progresistas han gravitado en torno a la consigna de la "deuda climática" como un camino hacia el complejo mundo de las negociaciones sobre el clima.

 
Es fácil entender por qué: la deuda es un concepto simple y en un mundo justo, las deudas deben ser pagadas. Sin embargo, -más que eso- la noción de deuda climática llega al centro de la política en torno al cambio climático. Plantea la cuestión central de la responsabilidad histórica y de quién debe a quién y para qué. Y mediante la redefinición de la "deuda" como un problema sistémico en lugar de un problema financiero, replantea las tradicionales relaciones entre ricos y pobres. Por lo general, son los ricos quienes son los acreedores, exigiendo el pago a los pobres, pero la deuda climática invierte esta relación: ahora son los pobres y los marginados -el Sur Global- quienes reclaman sus deudas, no para beneficio personal, sino para el futuro de la humanidad y la Madre Tierra.
 
En tal sentido, la deuda climática es una idea potente que vincula problemáticas, grupos sociales y estrategias, con el atractivo añadido de usar un lenguaje sencillo como un caballo de Troya para introducir ideas complejas y potencialmente subversivas. Pero si no tenemos una idea clara de lo que "nosotros" entendemos por deuda climática, siempre existe el riesgo de que los principios e ideas que la sustentan sean cooptadas y se diluyan. Tal vez no exista una definición definitiva de la deuda climática, pero como movimientos y activistas por la justicia social, es útil tener una visión común de lo que queremos decir, y lo que estamos pidiendo.
 
¿Qué es la deuda climática?
 
El concepto de deuda ecológica ha estado presente durante varios años. Acción Ecológica de Ecuador habla de la deuda ecológica como "la deuda acumulada por los países del Norte industrial hacia los países y pueblos del Sur a causa del saqueo de recursos, los daños ambientales y la ocupación libre del espacio ambiental como depósito de desechos, tales como los gases de efecto invernadero".
 
En términos contables, la deuda climática es sólo un renglón en el balance mucho mayor de la deuda ecológica, pero puede ser dividida en partes comprensibles y medibles.
 
Una parte de la deuda climática se refiere a los impactos de la emisión excesiva de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global: fenómenos climáticos extremos y frecuentes, inundaciones, sequías, tormentas, pérdida de tierras cultivables y de la biodiversidad, enfermedades, falta de acceso a la tierra, migración, pobreza y muchos más. En el lenguaje de la ONU, estos impactos humanos muy reales son agrupados y puestos en "cuarentena" como los costos de "adaptación".
 
Un segundo elemento de la deuda climática es el costo de la reorganización de las sociedades y las economías de tal manera que las emisiones de gases de efecto invernadero sean radicalmente reducidas: es lo que se llama mitigación, y abarca a casi todos los aspectos de la actividad humana desde la agricultura, la energía y el transporte, hasta la forma en que las ciudades se organizan, los patrones de consumo y el comercio mundial. Para el gobierno boliviano es equivalente a una "deuda por desarrollo", que sería compensada al garantizar que todas las personas tengan acceso a servicios básicos y que todos los países sean lo suficientemente industrializados para garantizar su independencia.
 
Una tercera parte de la deuda es más difícil de calcular: algunos lo llaman la deuda de las emisiones. Se refiere al hecho de que los países ricos han gastado la mayor parte de la capacidad de la atmósfera para absorber gases de efecto invernadero, sin dejar "espacio atmosférico" para el que el Sur pueda "crecer". Dado que existe una correlación muy alta entre el crecimiento económico y las emisiones de gases de efecto invernadero en el contexto tecnológico actual, esto equivale a decir que los países en desarrollo deben limitar su crecimiento económico. La única manera de compensar esta deuda es si los países ricos reducen drásticamente sus propias emisiones.
 
El gobierno boliviano incluye otros dos elementos en el cálculo de la deuda climática. Además de la adaptación, la mitigación y la deuda de las emisiones, identifica una "deuda de migración", que quedaría compensada por el abandono de prácticas restrictivas de la migración y con el tratamiento de todos los seres humanos con dignidad; y, por último, la deuda con la Madre Tierra.
 
De acuerdo con el gobierno boliviano, esta deuda es "imposible de compensar por completo, debido a que las atrocidades cometidas por la humanidad han sido demasiado terribles. Sin embargo, la compensación mínima de esta deuda consiste en reconocer el daño causado y la adopción de una Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de la Madre Tierra, para garantizar que los mismos abusos no se repitan nunca más en el futuro. "
 
Teniendo en cuenta todos estos componentes, la deuda de los ricos a los pobres es inconmensurable.
 
¿Quién es responsable de la deuda climática?
 
Esta pregunta está en el centro de las negociaciones de la CMNUCC, pues, detrás del lenguaje técnico, en el fondo se trata de dinero e intereses económicos. Es por eso que EE.UU. impulsó el Acuerdo de Copenhague durante la COP 15; para redefinir quién es responsable y así evitar el pago de sus cuotas.
 
La situación actual es que los países ricos -y especialmente los que tienen la mayor acumulación de emisiones históricas- simplemente no están dispuestos a pagar su deuda. Después de haber acumulado su riqueza y seguridad sobre las espaldas de los pobres, a través de la destrucción de la naturaleza y la extracción de recursos, los países europeos ricos, EE.UU., Japón, Australia y Canadá se niegan a pagar la factura, tanto en términos de los costes reales de mitigación y adaptación, como también en términos de cambiar su propio consumo despilfarrador. No sólo se niegan a reducir sus propias emisiones –y de esta forma trasladan a los demás la carga de la reducción- sino que también están tratando de echar la culpa a los países en desarrollo como China, Brasil e India, cuyas emisiones actuales están creciendo a un ritmo rápido.
 
¿La deuda se podrá pagar?
 
Si bien algunos aspectos de la deuda se pueden contar y calcular -por ejemplo, los costos de las tecnologías limpias, la restauración de los bosques devastados, el recambio a la agricultura sostenible o la construcción de infraestructura apropiada al clima-, la deuda real no puede ser calculada. Es mucho más que una cifra o dinero; la deuda climática simboliza más de 500 años de relaciones desiguales entre el Norte y el Sur, entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados.
 
La deuda climática es también una medida de la total locura del capitalismo -ya sea como mercado libre o estatal- como modelo para la gestión de la sociedad humana y los ecosistemas de la Tierra. En última instancia, la única manera de que la deuda se podría pagar es asegurando que las relaciones históricas de desigualdad sean rotas de una vez por todas y que no se acumulen "nuevas" deudas. Esto requiere de un cambio de sistema, tanto en el Norte como en el Sur. Por eso la deuda climática es una idea tan subversiva. (Traducción ALAI).
 
-          Nicola Bullard es integrante de Focus on the Global South -con sede en Bangkok, Tailandia-. http://www.focusweb.org
 
Publicado en América Latina en Movimiento Nº 454, abril de 2010, “Por un nuevo amanecer para la Madre Tierra”, coedición ALAI – Fundación Solón.


http://www.alainet.org/active/37495

 

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22 abril 2011 5 22 /04 /abril /2011 15:59

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Derechos de la Naturaleza: globales pero también locales

Eduardo Gudynas


 

Es necesario un cambio radical en la forma de valorar el ambiente que nos rodea y a los recursos naturales que alberga la Naturaleza.  La persistente crisis ecológica no es sólo el resultado de fallas técnicas o incapacidades en el monitoreo ambiental, sino que sus raíces profundas se encuentran en valorar a todo lo que nos rodea según su utilidad o rentabilidad.
 
Por lo tanto, la discusión sobre los derechos de la Naturaleza, tal como se propone en el encuentro de Cochabamba (Bolivia), es un paso adelante hacia una postura ética que reconoce los valores propios en el ambiente, independientes de su beneficio o utilidad para las personas.  Si bien esto puede parecer muy sencillo, en realidad implica un cambio radical en cómo se asignan los valores, con implicaciones que van desde la economía a las prácticas políticas.
 
Los derechos de la Naturaleza se expresan en múltiples escalas.  Es tanto un asunto global, tal como se observa en el énfasis del encuentro de Cochabamba sobre cambio climático, pero también tiene implicancias y urgencias a nivel continental, nacional y local.
 
Sin embargo, en los últimos tiempos, la insistencia en los cambios del clima planetario ha servido de excusa para dejar de lado esas otras escalas.  No recibe toda la atención que merecen los evidentes problemas ambientales a escala continental.  Entre ellos, en América del Sur, el avance de la deforestación en las zonas andino amazónicas está cambiando la dinámica climática regional, y parecería que es uno de los factores que explican los cambios en el régimen de lluvias en la vertiente atlántica del Cono Sur.
 
Tampoco deben olvidarse los problemas ambientales a escala nacional y local.  No es posible desatender serios impactos como la deforestación, el incremento vertiginoso en el uso de agrotóxicos o las serias limitaciones en manejar los residuos urbanos.
 
De esta manera, cada escala está estrechamente enlazada con las otras, y en todas ellas está presente la problemática de la ética ambiental.  El utilitarismo que está detrás de la deforestación o la expansión de los monocultivos, tienen clarísimos efectos locales, pero también son las principales fuentes de emisión de gases con efecto invernadero desde América del Sur.  Por lo tanto, si en Cochabamba se va a discutir el cambio climático global en serio, el debate también debe abarcar a nuestros propios países, nuestra propia Madre Tierra.  La ética ambiental global va de la mano con una local, y se deben discutir asuntos como el manejo de los suelos, la pérdida de bosques o el papel de las agroexportaciones.  Una nueva mirada a los derechos del ambiente planetario no puede generarse desde una ceguera ecológica local.
 
A ese nivel, los grupos ciudadanos siguen siendo los mejores y más atentos vigilantes de la situación en el ambiente que les rodea.  Ellos detectan las contradicciones ecológicas, y permiten crear los necesarios puentes entre las escalas local y nacional, con la planetaria.  Un ejemplo de esos vínculos está en la insistencia del Consejo de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ) de Bolivia, quienes juntos a otras organizaciones ciudadanas, buscan debatir en Cochabamba asuntos como los impactos de la minería, las prospecciones petroleras o los planes de construir represas hidroeléctricas en la Amazonia.  En esos y otros casos está en juego la construcción de los derechos de la Naturaleza.
 
Abandonar la vieja ética de la apropiación y el uso, para incorporar una mirada ambiental, no es fácil para muchas corrientes políticas y allí se generan muchas resistencias.  Eso explica que sea más sencillo enarbolar un discurso ambiental a escala global, pero no se logra aplicar ese espíritu a escala nacional y local.  Las insistencia de la sociedad civil, como los planteos de organizaciones indígenas como CONAMAQ de Bolivia o CONAIE de Ecuador, obliga a reconectar la problemática ambienta local con la global.
 
Pero las resistencias son tales, que el presidente Evo Morales frente a esas demandas optaba por advertir sobre la “utilización” de los indígenas a manos del capitalismo global, hasta que finalmente su gobierno decidió excluir los temas nacionales de los debates en Cochabamba.  Afirmar que ese tipo de organizaciones y otros grupos ciudadanos estén al favor de un capitalismo depredador o sean partícipes de algún tipo de complot internacional, es insostenible.  La propia historia de lucha de esas organizaciones deja en claro que sus objetivos son otros.
 
Aún más, en esta fase del cambio político bajo gobiernos progresistas, está claro que las demandas ambientales deben ser respondidas con argumentos y medidas efectivas, y no simplemente con slogans mientras persiste la destrucción del ambiente.  El resultado es contraproducente, ya que como no aparecen argumentos convincentes para mantener las estrategias extractivistas del pasado ni fructifican otros ensayos más allá de ellas, parecería que se termina dándole la razón a los sectores conservadores que insisten en decir que la izquierda gobernante realmente carece de una propuesta de desarrollo diferente a la de generar múltiples programas de asistencia y bonos sociales.
 
También parecería que es más sencillo cuestionar los impactos ambientales de las políticas mineras o petroleras en el Perú de Alan García o bajo el gobierno de Alvaro Uribe en Colombia, pero se hace más difícil debatirlas en el caso de Evo Morales, Lula da Silva en Brasil o Rafael Correa en Ecuador.  No faltan quienes sostienen que a los ambientalistas nada les conforma, criticando a todos, y no reconocer los cambios sustanciales generados desde el progresismo.  Muchos de esos cambios políticos son reales, y no son pocos los que se lograron con el concurso efectivo del ambientalismo como parte de los movimientos sociales volcados al cambio.  Pero la advertencia ecológica, y en especial las implicancias de reconocer los derechos de la Naturaleza, van más allá de los programas de gobierno, ya que son más profundas en tanto apuntan a un estilo de desarrollo que defiende valoraciones antropocéntricas y utilitaristas.
 
La ética de la Naturaleza ataca las raíces del imaginario del progreso material, y esa crítica verde desata muchas resistencias.  En ese punto es oportuno apelar a parafrasear un conocido manifiesto, señalando que el fantasma de la crisis ecológica recorre el mundo, donde la radicalidad de los derechos de la Naturaleza es de tal envergadura que los creyentes en los viejos estilos de desarrollo se están uniendo para acosarlo, sean presidentes de la antigua política o líderes de nuevos gobiernos.  Hay muchos ejemplos donde unos y otros atacan al ambientalismo, calificándolo unas veces de ser demasiado radical, otras veces de ser conservador, allí lo tildan de utópico, aquí lo denuncian como una barrera al progreso.
 
Esto deja en claro que la discusión sobre los derechos de la Naturaleza implica desafíos mucho más profundos de lo que usualmente se acepta, involucrando una redefinición de la justicia social para ampliarla al campo ambiental, apuntando a un desarrollo postextractivista bajo nuevas prácticas políticas.
 
En este debate no se pueden acallar las voces de las organizaciones ciudadanas.  Específicamente en el caso del encuentro en Cochabamba, cualquier discusión real sobre los derechos de la Naturaleza no sólo debe profundizar su enfoque planetario, sino que también debe nutrirse de las alertas locales, ya que desde ellas se también se genera una nueva ciudadanía ecológica.  Esos y otros debates desatarán incomodidades, y no hay que temerles, ya que el alumbramiento de una nueva ética pasa por romper con viejas ideologías que están profundamente arraigadas en todos nosotros.
 
Los derechos de la Naturaleza implican un cambio radical sobre los estilos de desarrollo, tanto en sus escalas globales como locales.  Ignorar una de esas escalas hace imposible no sólo abordar a las otras, sino que imposibilita una verdadera transformación de nuestra relación con la Naturaleza.
 
Eduardo Gudynas es analista de información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social) – www.ambiental.net



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21 abril 2011 4 21 /04 /abril /2011 21:23

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Bartolomé Clavero

 

En el discurso sobre los derechos de la Madre Tierra está produciéndose una confluencia de verdadero alcance entre culturas característicamente indígenas de simbiosis con la naturaleza de una parte y, de otra, el lenguaje de los derechos que ha sido ciertamente propio del colonialismo, pero que está en trance de descolonizarse tras la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Es sintomático que sea en esta fase de descolonización del lenguaje de los derechos cuando cobra pujanza el discurso de los derechos de la Madre Tierra. Puede ser para bien, potenciando derechos, y puede ser para mal, desactivándolos. Hay quienes están descalificando el discurso de los derechos humanos, en sí y en todo, como intrínsecamente colonial precisamente ahora que comienza a descolonizarse. Contraponen los derechos humanos a unos derechos de la Madre Tierra que supondrían deberes y sólo deberes para una humanidad por fin así, con la privación de derechos, descolonizada.

 

Recordemos Bandung, la conferencia de Estados asiáticos y africanos que en 1955 estableciera los fundamentos del Movimiento de Países no Alineados, movimiento empeñadamente descolonizador de un Tercer Mundo respecto a uno Primero, el occidental, y a otro Segundo, el soviético, según se hacían las cuentas en la época con notorio olvido del que entonces sería un Cuarto Mundo, el de los pueblos indígenas, que era realmente, en sus respectivos territorios, el primero. El asunto más polémico durante la conferencia fue el de los derechos humanos que se habían recientemente proclamado por la Declaración Universal de Naciones Unidas. Resultó extremamente polémico porque la China continental se empecinó en que se denunciaran por la conferencia como un último recurso del colonialismo para mantenerse con argumentos de liberación de las personas mediante la dominación de pueblos, una dominación que así se disfrazaba.

 

Ha de reconocerse que China tenía razón. Por entonces, en aquellos mediados del siglo pasado, los derechos humanos eran de hecho eso. Basta con releer el parágrafo segundo del artículo segundo de la Declaración Universal con sus eufemismos malamente encubridores de la continuidad del colonialismo: “Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía”. Fue Gran Bretaña la que propuso esta fórmula con el propósito claro de sostener su imperio colonial mediante el argumento de la participación de derechos que venía utilizando desde tiempos anteriores. China tenía en efecto razón, pero no toda la razón.

 

Afortunadamente, otros Estados de entre los reunidos en Bandung supieron apreciar que los derechos humanos, porque se estuvieran intentando utilizar para el mantenimiento del colonialismo, no se agotaban ni mucho menos en esta forzada función. Muy al contrario, los derechos humanos también y sobre todo ofrecían un arma pacífica para la más efectiva descolonización, aquella que mirase al mismo tiempo a la libertad de las personas y a la emancipación de los pueblos, considerándose lo segundo como necesario para lo primero. Este vínculo estrecho se postuló fuertemente en la conferencia de Bandung, aunque no se recogió de forma tan categórica por sus acuerdos. Éstos, en todo caso, se basaron en un firme respaldo a los derechos humanos comprendiéndose entre los mismos el derecho de libre determinación de los pueblos, lo que Naciones Unidas sólo aceptaría cinco años más tarde, en 1960. La misma China se vio obligada en aquella conferencia, la de Bandung, a abandonar su oposición abierta.

 

Los derechos humanos deben tanto o más a Bandung que a París, la ciudad donde se adoptó la Declaración Universal por unas Naciones Unidas que distaban de representar a la humanidad toda o ni siquiera a alguna mayoría. En Bandung se sembró el germen de unos derechos humanos descolonizados, de los derechos humanos actuales, de la actualidad presidida por la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Es algo que no quieren ver quienes se han malformado en la ilusión de que la libertad de las personas puede reconocerse y garantizarse en situaciones de opresión o sujeción de los respectivos pueblos. Han sido tantos años de predicación de derechos humanos bajo tales presupuestos de fondo persistentemente colonialista que se hace difícil hacer valer fuera de sus medios la transcendencia de la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas para los derechos humanos efectivamente por fin, gracias a ella, universales. Es algo que conviene no perderse de vista por parte alguna.

 

Los derechos de la Madre Tierra se plantean desde pueblos indígenas que por fin van abriéndose un lugar propio en el maremágnum de la comunidad internacional, lo que especialmente ocurre cuando pueden acceder a posiciones de autogobierno e incluso de gobierno con voz propia en los respectivos Estados, buena base desde luego para la acción exterior. No es casualidad que Bolivia sea ahora la principal rampa de lanzamiento de algo que quizás llegue un tanto tarde, pero que todavía resulta oportuno. La reciente Cumbre de Tiquipaya, Cochabamba, sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, celebrada entre el 19 y el 22 de abril, presenta ante todo la significación de destacar la relación entre estos derechos de un sujeto simbiótico con la humanidad y la alteración climática que está amenazando su futuro, el futuro de las condiciones de vida de la humanidad misma.

 

El colonialismo impulsó y extendió una relación entre la humanidad y la naturaleza de signo depredador. La humanidad se enfrenta ahora con la necesidad de un pronunciado giro que ponga término a la depredación y cree condiciones para la regeneración. Frente a fórmulas probadamente insuficientes como la del desarrollo sostenible o el desarrollo humano, el reconocimiento de derechos a la naturaleza que, como tales, puedan ser defendidos ante instancias ya no sólo políticas, sino sobre todo de justicia tanto de pueblos como de Estados y también internacionales, pues no deben ser exclusivas de ninguna parte, tiene visos de resultar mucho más eficaz. Y responde a una posición bastante más humana de constancia de la simbiosis entre humanidad y naturaleza. Con todo ello, los derechos de la Madre Tierra pueden ser el motivo y la pieza que faltan para la fundamentación definitiva de los derechos verdaderamente humanos. Todo el lastre de matriz colonial podría así superarse.

 

¿A qué viene entonces, antes, durante y después de Cochabamba, un discurso que contrapone derechos de la Madre Tierra y derechos humanos? Ahora precisamente que la descolonización definitiva está arrancando, se resucita el argumento de la condición intrínsecamente colonial de los derechos humanos. Ahora se predica que ya ha pasado el tiempo de los deberes humanos por haber de sustituírseles por los derechos de la naturaleza. ¿Dónde queda la concepción indígena de la simbiosis entre la humanidad y su Madre Tierra? ¿Qué maternidad es ésta que exige obligaciones sin compartir derechos? ¿Tienen realmente sentido el discurso de los derechos de la naturaleza sobre el vacío de los derechos de la humanidad?

 

Puede haber motivos locales para la pretensión de que la época de los derechos humanos ya periclitó sin que ello conlleve la intención de atropellarlos, sino más bien de posibilitarlos. Por ejemplo, en Bolivia unas veinte familias acaparan las mejores tierras, con algunas poseyendo hasta doscientas mil hectáreas. Y son tierras generalmente arrebatadas en tiempos no lejanos a comunidades indígenas. El referéndum constitucional resolvió poner un límite de cinco mil hectáreas a la propiedad rural, pero la presión de organismos internacionales y de cooperación, los organismos que dicen defender derechos humanos, había llevado a declarar dicho tope irretroactivo, esto es no aplicable a las propiedades existentes.

 

No es casualidad que el actual Viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas, sea el principal vocero boliviano tanto frente a las dificultades de recuperación de tierras para la dotación de comunidades y emancipación de personas como a favor de los derechos de la Madre Tierra. Hay explicación, aunque no justificación, para la contraposición.

 

- Bartolomé Clavero es Vicepresidente del Foro Permanente de Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas

 

 

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21 abril 2011 4 21 /04 /abril /2011 21:06

http://www.lacoctelera.com/myfiles/red-latina-sin-fronteras/_JTL_0221-copia-1.jpg?Expires=1305842400&Signature=WOIammJEfCd58A-PSqnyz1pLUxUcbw4yqTdFFgEziLlmpOeyzr0abvk5U0VFSPHYqyWzMpOz-OvtHQZ7AiTOYqZgQtuf1AOP0ibazJqqhW93EMhEO6xtiWuKZ6Hf17ezbr1W7-Cj~IZsoRGN4BK1JtP~6f2C166aurZFzUadeac_&Key-Pair-Id=APKAJYN3LZI5CG46B7AA&Policy=eyJTdGF0ZW1lbnQiOlt7IlJlc291cmNlIjoiaHR0cDovL2QzZHM0b3k3ZzF3cnFxLmNsb3VkZnJvbnQubmV0L3JlZC1sYXRpbmEtc2luLWZyb250ZXJhcy9teWZpbGVzL19KVExfMDIyMS1jb3BpYS0xLmpwZyIsIkNvbmRpdGlvbiI6eyJEYXRlTGVzc1RoYW4iOnsiQVdTOkVwb2NoVGltZSI6MTMwNTg0MjQwMH19fV19Texto presentado por François Houtart, en el seminario sobre La Agricultura campesina en Asia, organizado en la Universidad de Renmin en Pequin, traducido por John Gerard Williams.

Proponer el asunto de la agricultura campesina, en China, es un gran reto, debido a la gran tradición que existe en este país. Sin embargo hay también hoy una nueva perspectiva, debido a la rápida urbanización e industrialización, incluso si el contexto en China y otros países Asiáticos es muy diferente al del resto del mundo. Es un tema importante por tres razones fundamentales. Primero, existe la necesidad de alimentar al ser humano. A mediados de este siglo, tendremos entre 9 y 10 billones de seres humanos a los que alimentar, con una proporción urbana en aumento, lo que significa que la producción de comida tendrá que ser multiplicada por 2 o 3. La segunda razón es salvar al planeta.

 

Esto no es solo una cuestión cuantitativa. Implica la necesidad de desarrollar un tipo de producción respetuosa con la capacidad regenerativa de la tierra. Cada año se reduce esta capacidad y la agricultura, tal y como se realiza hoy en día, es parte del problema. Por ultimo, está en juego también la promoción del bienestar de unos 3 billones de personas que viven de la agricultura. Todo esto implica una labor por parte de todos.

 

 

1. La destrucción de la agricultura campesina

 

Hemos asistido durante los últimos 40 años a una aceleración de la destrucción de la agricultura campesina en la que han intervenido muchos factores. El uso de la tierra para actividades agrícolas ha disminuido ante la rápida urbanización e industrialización. Por lo tanto, la población rural ha disminuido de forma relativa. En el año 1970 había 2,4 billones de personas en las zonas rurales frente a 1,3 en las urbanas. En el 2009, eran 3,2 billones frente a 3,5 billones, respectivamente. Al mismo tiempo, la adopción de tipos de agricultura basadas en el monocultivo ha provocado una enorme concentración de tierras, una verdadera contrarreforma agraria, que se ha visto acelerada en estos últimos años por el nuevo fenómeno de apropiación de tierras, estimado entre los 30 y los 40 millones de hectáreas en los continentes del hemisferio sur, con 20 millones en África solamente.

 

Esto se ha relacionado con la producción de cultivo comercial para la exportación. Un ejemplo muy llamativo ha sido Sri Lanka, donde en 1996, un informe del Banco Mundial proponía abandonar la producción de arroz en favor de la producción para la exportación. La razón es que resultaba más barato comprar arroz de Tailandia y Vietnam que producirlo en Sri Lanka. Hace más de 3000 años que Sri Lanka produce arroz como base fundamental de su alimentación, pero la ley del mercado debe prevalecer, sin ninguna otra consideración.

 

Por lo tanto el Banco pidió al Gobierno que terminase con todas las medidas institucionales de regulación para el mercado del arroz, estableciese un impuesto sobre el agua de riego, incrementando así el coste de la producción de arroz, y privatizase las tierras comunales para que los campesinos pudiesen vender sus tierras a compañías locales o internacionales. Ante la resistencia del Gobierno del momento, el Banco utilizó medidas de presión, concretamente sobre préstamos internacionales.

 

El siguiente Gobierno, más inclinado hacia el neo-liberalismo, presentó un documento llamado "Recuperar Sri Lanka", donde aceptaba la idea, pensando que dicha solución generaría mano de obra barata para el desarrollo industrial con capital extranjero. Pero hace más de 40 años que Sri Lanka hace esto, y en este tiempo la clase obrera ha luchado por mejores salarios, seguridad social y pensiones. De esta forma la mano de obra se volvió demasiado costosa y el capital extranjero incluso estaba abandonando el país para ir a Vietnam o China, donde la mano de obra era más barata. La solución fue reducir el coste de la mano de obra, recortando salarios reales, desmantelando la seguridad social y reduciendo la cantidad de pensiones.

 

Sobre todo en muchos países del sur, exportar cultivo comercial ha implicado importar productos agrícolas baratos, excedentes de la agricultura productivista y subvencionada de América o Europa. Esto ha destruido en varios casos la producción agrícola local, como el pollo en Camerún o la carne de vaca en Costa de Marfil.

 

La producción de monocultivos también ha dado lugar al uso masivo de productos químicos y a la introducción de organismos genéticamente modificados. Todo esto ha sido asociado con un modelo productivista de agricultura, legitimado por las crecientes necesidades, ignorando todo efecto a largo plazo y dirigido en realidad por una economía basada en el beneficio.

 

 

2. Efectos ecológicos y sociales

 

Desde un punto de vista ecológico, los efectos son bien conocidos. Podemos citar la deforestación (130.000 Km. cuadrados destruidos al año, equivalente a la superficie de Grecia), pero también la destrucción de la biodiversidad. Implica un uso irracional del agua provocando sequías en muchas regiones. Provoca la contaminación no solo de los suelos (en Nicaragua ciertos productos químicos utilizados para la producción de caña de azúcar tardan casi 100 años en disolverse), sino también de las aguas subterráneas, ríos e incluso mares. El delta del Río Rojo en Vietnam empieza a estar tan contaminado que la pesca está disminuyendo. En el Golfo de México, frente al Misisipi, hay un fenómeno de 20.000 Km. cuadrados de mar muerto (no hay vida animal o vegetal alguna), debido a la cantidad de productos químicos que lleva el río en regiones donde se ha desarrollado masivamente el uso del maíz para biocarburantes. En muchos casos el resultado final de aquí a entre 50 y 100 años será la desertificación. Las consecuencias sociales no son menos dañinas. La producción de comida se desplaza hacia tierra menos fértil y en varios países está disminuyendo. El África Occidental, que era autosuficiente hasta los años 70, ahora tiene que importar el 25% de su comida. El endeudamiento y pobreza de los campesinos acompañan al desarrollo de monocultivos bajo la dirección de grandes compañías: los pequeños campesinos dependen totalmente de ellas para créditos, insumos, comercialización, comida y bienes de consumo.

 

Se provocan serios problemas de salud entre los trabajadores y sus familias, debidos al uso de productos químicos y a la contaminación del agua. En algunos casos es común la muerte prematura de los trabajadores agrícolas. Millones de campesinos son desplazados a la fuerza de sus tierras mediante diversos programas, y en ciertos países, como Colombia, con la violencia de operaciones militares o de fuerzas paramilitares al servicio de terratenientes y negocios agrícolas. En Latinoamérica han sido desplazados 4 millones en Colombia, 6 millones en Brasil y 1 millón en Paraguay. En Asia han sido desplazados 6 millones en Indonesia. 2 Este fenómeno está incrementando la presión migratoria hacia otros países, creando a su vez problemas políticos. Un caso especial es el de las minorías étnicas, que pierden sus tierras y la base de su existencia.

 

 

3. El caso de los biocarburantes

 

La humanidad se enfrenta hoy a la necesidad de cambiar sus fuentes de energía en los próximos 50 años. Se agotará la energía fósil. Las nuevas fuentes incluyen la agroenergía como una supuesta solución, con el etanol procedente del alcohol de maíz, trigo y caña de azúcar, y el agrodiesel procedente de aceite vegetal de palma, soja y jatrofa. Dado que Europa y los EE.UU. no tienen suficientes tierras cultivables para cubrir sus necesidades de producción, se está dando un fenómeno de apropiación de tierras en los continentes del Sur. Los gobiernos locales son a menudo cómplices, puesto que ven la oportunidad de disminuir su factura de combustible o de acumular divisas.

 

Si se cumplen los planes para el 2020 (en Europa, un 20 % de energía renovable), más de 100 millones ha serán transformadas para biocarburantes y por lo menos 60 millones de campesinos serán expulsados de sus tierras. Están previstas enormes cantidades de tierras para este propósito. Indonesia prevé una nueva extensión de 20 millones de hectáreas para árboles de palma. Guinea-Bissau tiene un proyecto de 500.000 ha. de jatrofa (la séptima parte del país) financiado por los casinos de Macao. El pasado Octubre se firmó en Brasilia, entre Brasil y la Unión Europea, un acuerdo de desarrollo de 4,8 millones ha de caña de azúcar en Mozambique, para suministrar etanol a Europa. Todo esto supone una tremenda destrucción de la biodiversidad y del entorno social y graves peligros para la soberanía alimentaria.

 

Si los biocarburantes no son una solución para el clima, dado que el proceso total de su producción es destructivo y produce CO2; si no son una solución real para la crisis energética (quizás un 20 % con los planes existentes), ¿porqué un proyecto así? Es muy rentable para el capital a corto plazo, contribuyendo a aliviar la crisis de acumulación, y permitiendo a su vez la intervención del capital especulativo.

 

 

4. Resistencia campesina

 

En todo el mundo, hay movimientos de resistencia campesina, como el Movimiento de campesinos Sin Tierra (MST) de Brasil, el Movimiento Campesino de Indonesia (SPI), ROPPA en el Oeste de África, etc. La Vía Campesina, una federación internacional de más de 100 movimientos campesinos en el mundo, se ha movilizado también y ha organizado diversos seminarios para alertar a los pueblos y autoridades sobre el asunto. Organizaciones para la defensa del medioambiente, a favor de la agricultura orgánica (concretamente en Corea y en China) o la agricultura urbana y suburbana (como en Cuba), están actuando en la misma dirección. Finalmente, centros académicos de agronomía y ciencias sociales manifiestan una creciente toma de conciencia sobre este problema y están proponiendo soluciones alternativas.

 

 

5. Las causas de este tipo de desarrollo

 

El primer origen de este desarrollo se encuentra en un planteamiento filosófico: una concepción lineal del progreso sin fin gracias a la ciencia y a la tecnología, en un planeta inagotable.

 

Esto aplicado a la agricultura, tal y como hemos visto en Asia, particularmente en las Filipinas y la India, significa "la revolución verde", con una gran productividad, pero también concentración de tierras, contaminación de suelo y agua, y crecientes desigualdades sociales y marginalización creciente de los pequeños campesinos. La segunda causa es la lógica de los principios económicos del capitalismo. En esta visión, el capital es el motor de la economía y desarrollo significa la acumulación de capital. Partiendo de esto, el papel central que tiene el índice de beneficio conduce a la especulación. El capital financiero ha jugado un papel fundamental en la crisis de la alimentación del 2007 y 2008. La concentración de capital en el campo de la agricultura significa monopolios, como Cargill, AMD y Monsanto. La agricultura se convierte en una nueva frontera del capitalismo, especialmente con la caída de la rentabilidad del capital productivo y la crisis del capital financiero.

 

Esta lógica del modelo económico ignora las "externalidades", es decir, los daños ecológicos y sociales. No es el capital el que paga por ellos, sino las comunidades e individuos. La liberalización de los controles de divisas ha incrementado la mercantilización de productos agrícolas como mercancías y fomentado Tratados de Libre Comercio (TLC), que en realidad son acuerdos entre el tiburón y las sardinas.

 

 

6. Necesidad de transformación

 

Todo el mundo puede ver que no es posible continuar con políticas agrícolas construidas sobre la desaparición de los campesinos. El Banco Mundial publicó en el 2008 un informe reconociendo la importancia del campesinado para proteger a la naturaleza y luchar contra los cambios climáticos. Este informe aboga por la modernización de la agricultura campesina, mediante la mecanización, biotecnologías, organismos genéticamente modificados, etc. Plantea una colaboración entre el sector privado, la sociedad civil y las organizaciones campesinas. Pero todo esto permanece dentro de la misma filosofía (Laurent Delcourt, 2010).

 

No se plantean transformaciones estructurales. Es una transformación dentro del sistema. Un ejemplo reciente es el Programa AGRA en África, que promueve semillas híbridas, organismos genéticamente modificados, etc. La Fundación Rockefeller inició el programa, y la Fundación Bill y Melina Gates está financiando varios de los proyectos, incluyendo uno de Monsanto que recibió más de 100 millones de dólares americanos de la Fundación.

 

Por el contrario, se puede plantear otra forma de transformación. Muy poco después del informe del 2008 del Banco Mundial, llegó el informe de "Evaluación internacional del conocimiento, ciencia y tecnología en el desarrollo agrícola (IAASTD)", donde los 400 especialistas consultados llegaron a la conclusión de que la agricultura campesina no es menos productiva que la agricultura industrial y además tiene un valor añadido: sus funciones culturales y ecológicas. Esto plantea inmediatamente la cuestión de cuales son las condiciones necesarias para una agricultura campesina eficiente. Ya no es necesario demostrar su productividad agrícola, pero hay también otras condiciones económicas, sociales y culturales necesarias para hacer de la vida rural un entorno digno y valioso, especialmente para los jóvenes. Será necesario también revisar la relación entre áreas urbanas y rurales.

 

Todo esto plantea también la cuestión más fundamental de la necesidad de buscar no solo una adaptación del sistema capitalista, sino alternativas reales. Esto significa una revisión de los paradigmas de vida colectiva de los seres humanos en el planeta: la relación con la naturaleza (de la explotación al respeto), la producción de las bases físicas, sociales, culturales y espirituales para la vida de todos los seres humanos del mundo, una economía basada en valores de uso y no principalmente en valores de intercambio. 4

 

Democracia generalizada para todas las relaciones sociales, incluidas aquellas dadas entre hombres y mujeres, las institucionales y finalmente las relaciones interculturales, es decir, la intervención no solo de la cultura occidental, sino de otras culturas, conocimientos, filosofías y religiones en la definición de desarrollo y las propuestas éticas para el mismo.

 

 

Bibliografía

 

DELCOURT Laurent, (2010): L'avenir des agricultures paysannes face aux nouvelles pressions sur les terres .Editorial de Altrenatives Sud, Vol.XVII , N° 3

 

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