cuando Israel trata brutalmente a los palestinos abusa de su propio pueblo. No se puede ocupar a otro pueblo e involucrarse en la violencia en su contra en esta escala sin hacer un daño aun mayor a su propia alma.
El documental Morir en Jerusalén, emitido por la dos en el programa Mujeres en el mundo árabe de La noche temática, cuenta los intenos de Abigail Levy, la madre de Rachel Levy, por reunirse con Um Samir, la madre de Ayat al-Kahras, la joven palestina de 18 años autora del atentado suicida en un supermercado en el que mueren ella y Rachel.
Abigail no comprende el porqué del atentado que ha costado la vida a su hija, una adolescente de 17 años, perpetrado por otra joven de su misma edad, Ayat, una joven normal, buena estudiante y prometida. “Quiero saber por qué me odian tanto como para matar a mi hija”, declara en un momento del film, mientras que Um al ser informada de las intenciones de Abigail de reunirse con ella manifiesta su acuerdo, “¿Por qué no?, ambos somos víctimas del Estado de Israel” y el padre de Ayat muestra su compasión por Rachel, “¡qué Dios se apiade de su alma!”, dice en referencia a Rachel cuando le hablan de las pretensiones de la madre de Rachel.
Durante una reunión con otras víctimas de atentados palestinos, Abigail comunica a estos su intención de reunirse con la madre de Ayat: “les odio y se lo dejaré bien claro, no siento ningún aprecio por ellos y, sin embargo, tengo curiosidad por conocerles”, dice. Una amiga le contesta: “en mi opinión, tú lo que quieres es vengarte haciendo que se sientan culpables. Hazlo si quieres, quizás te sirva para cerrar ese círculo que necesitas cerrar en tu interior”.
Un primer intento de reunión fracasa. Aprovechando la apertura de las fronteras y el levantamiento del toque de queda y acompañada del reverendo cristiano palestino Mitai Reheb, Abigail viaja al campo de refugiados de Deheishen, donde viven los padres de Ayat. Pero el equipo de filmación es interceptado por la policía palestina y conducido a la comisaría donde sus miembros son interrogados durante cuatro horas. Durante la espera Abigail comunica al reverendo Reheb sus intención de pedir a Um que se levante públicamente y haga un llamamiento al cese de los atentados como el que ha causado la muerte de su hija. Éste le advierte: “espero que vea en Um Samir al ser humano que lleva dentro, a la madre que lucha en su interior” y continúa: “el problema es que si ella hiciera eso, su sufrimiento sería aun mayor, significaría aceptar que lo que hizo su hija no ha servido para nada”. Cuando el equipo de filmación es puesto en libertad, ya es de noche. Abigail tiene miedo y decide regresar a Israel.
Cuatro años después Abigail consigue realizar su propósito de entrevistarse con Um Samir, Si bien no personalmente sino vía satélite. Lo que más sorprende al ver la entrevista es la fortaleza interna de Um, su rostro permenace sereno y firme frente a la mirada de Abigail. “¿Qué es la paz para ti?” Pregunta Abigail. “Acaso se puede hablar de paz estando bajo una ocupación, vosotros no sois un país ocupado”, responde Um. A lo que Abigail contesta, “vosotros insistis en culpar a la ocupación de todos los problemas que tenéis”. Y Amur le dice: “Tú eres madre igual que yo, te has safricado como yo, pero deberías saber las condiciones en que vivimos. Delante de nuestra casa dos misiles volaron un coche con dos personas dentro, todo eso volvió loca a Ayat”. Abigail le pregunta si sabía a donde iba su hija el día que cometió el atentado y Um le contesta “claro que no lo sabía y lo habría impedido si hubiese podido, como cualquier madre”. Abigail prosigue: “quiero decrte una cosa muy dura de oir para una madre, tú hija y mi hija murieron por nada”y Um le contesta: “para ti no significó nada, pero para mi pueblo significó mucho, vivimos en un campo de refugiados, con calles de un metro de ancho”, ¿tú aceptarías nuestra miseria y dolor?, tu no vives bajo una situación de ocupación, hablas desde tu posición de comodidad”. “Vosotros solo os lamentáis”, contesta Abigail, y “para resolver el problema tenéis que empezar por vosotros mismos, estáis cargados de odio hacia nosotros, un odio del pasado”. “¿Debo sentir agradecimiento hacia vosotros que me habéis quitado mis tierras y todo lo que tenemos?” Replica Um, y añade: “quiero decirte una cosa más, mientras haya ocupación habrá resistencia”. Apelando a los sentimientos de una madre que ha perdido a su hija, Abigail prosigue instando a Um a que haga una llamada a los palestinos para que cesen los atentados. Finalmente Um le contesta: “Tú y yo solo somos víctimas, los gobiernos no se preocupan de gente como nosotros, yo no busco la rendición como tú, yo solo busco la paz, tu quieres nuestra rendición, no la paz”. La entrevista acaba. Ya con la videoconferencia cortada la cámara nos muestra a Abigail profirirendo sus últimas palabras: “ella no quería dialogar. Yo no he entendido nada y ella no ha entendido nada. De lo único que hablaba era de ocupación y ocupación” mientras que un acompañante le dice que todo lo que han tratado no tiene que ver con la política. La escena final nos muestra a Um y su marido levantandose de las sillas situadas frente al televisor en el que aparece la imagen congelada de Abigail con el rótulo No signal en el centro de la pantalla. Abigail no ha sabido o no ha querido comprender lo que Um sí que comprende.
En un artículo de Mark Levine mencionado anteriormente, el profesor estadounidense habla de enfermedad mental de la sociedad israelita. Según él, los israelitas están desquiciados por el odio a los palestinos inculcado por los medios de comunicación al servicio del poder: “la adicción de los israelitas como sociedad a la ilusión de la violencia como poder ha llegado a la enfermedad mental colectiva”. Me pregunto si Abigail Levy, que tanto habla de paz y de diálogo no será de ese 80% de israelitas que apoyaban el genocidio de Gaza de 2008, si no será de esos israelitas que los fines de semana se acercaban a la frontera con Gaza para ver como su ejército, con los materiales bélicos más sofisticados del mundo, asesinaba civiles mjeres, niños y ancianos mientras destruia las casas de la población indefensa utilizando bombas de fósforo blanco.
Normalmente se habla de odio, paz y amor en genérico y sin concretizarlos socialmente. Habría que especificar por tanto. Está el odio de los resentidos, el odio creado por el poder; el odio de los que descargan su impotencia frente al mismo pagándolo con los más débiles; el odio de los israelitas que se regodean con los niños palestinos muertos; de los que pretenden que se linche a los controladores aéreos, de los que piden la expulsión de los inmigrantes; de los que piden la pena de muerte para los que el poder señala como terroristas; de los que asesinan a palos a sus compañeras sentimentales; el odio que se inculca a los niños en las escuelas fomentando la competitividad mientras se les habla de paz y amor en abstracto; el odio de quienes se amparan en un presunto apoliticismo para evitar enfrentarse a la realidad social mientras propugnan la paz del terror y la injusticia a la vez que el amor como recompensa material y satisfacción egoísta de una mismo. También está el odio de los que sufren y luchan; el de los pueblos oprimidos; el odio de los que pasan hambre; de quienes mueren en accidentes laborales; de las víctimas de los helicópteros apache y de los drones; de los que sufren represión y torturas; el odio de los que abren los ojos a la realidad y aceptan la participación política y la lucha social como única forma de conseguir un verdadero amor fraternal entre las personas, como única forma de cerrar tantas y tantas heridas creadas por la violencia producida por las clases dominantes. Son aquellos que, luchando por un mundo de igualdad y justicia, intentan cerrar el círculo que Abigail no puede cerrar.
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