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Pedro Arrojo Agudo
La desregulación financiera ha venido acompañada de una desregulación ambiental y social que no ha hecho sino desproteger más aún a los más débiles
Es en un marco de falsa racionalidad económica en el que hay
que situar las presiones desreguladoras promovidas por el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La desregulación
financiera ha venido acompañada de una desregulación ambiental
y social que no ha hecho sino desproteger más aún a los más débiles, bajo el argumento de dar libertad al mercado, a fin de promover un desarrollo que, se supone, acabaría beneficiándolos en última instancia. Desde este enfoque, se han despreciado valores
sociales, como la salud pública; valores ambientales, como la sostenibilidad de los ecosistemas acuáticos, e incluso principios éticos, perdiendo la perspectiva del interés general y de derechos
básicos que deben ser de acceso universal, como los derechos
humanos. Estos valores, en muchos casos, además de vertebrar la
cohesión social y moral de la sociedad, proyectan impactos económicos de enorme trascendencia, tanto para la sociedad actual
como para las generaciones futuras. Por ello, el autor afirma que
esa pretendida racionalidad económica es falaz, más allá de inmoral
E l v a l o r e c o n ómi c o d e l a
s o s t e n i b i l i d a d e n ma t e r i a
d e a g u a s
Para quienes no han reflexionado suficientemente, puede resultar sorprendente que en el año
2000, después de largos debates,
el Parlamento Europeo acabara
aprobando, con un amplio nivel de
consenso, un marco legal para
toda la UE, denominado Directiva
Marco de Aguas, cuyo objetivo
central era y es recuperar para
2015 el Buen Estado Ecológico de
ríos, lagos y humedales. Podría
pensarse que el Parlamento
Europeo está dominado por tendencias ecologistas radicales. Sin
embargo, apenas si hay una treintena de diputados y diputadas verdes, en una cámara con más de
quinientos miembros. En realidad,
la explicación de esta aparente
radicalidad ecologista no es otra
que el predominio del “pragmatismo economicista” anglosajón. En
Europa, como en otros países
desarrollados, se empieza a
entender que cortar un bosque a
mata-rasa en nombre del desarrollo no sólo es una barbaridad ecológica sino un desastre económico. Sin duda será un buen negocio para la empresa que se lleve
la madera, pero significará un
desastre económico para el país
que lo permita o lo promueva.
Pues bien, Europa empieza a
entender que sobreexplotar o contaminar un acuífero o un río, en
nombre del desarrollo económico,
acaba siendo un desastroso
“negocio” para el país. Un desastroso negocio que, eso sí, acaban
pagando especialmente caro los
más débiles y vulnerables.
En el fondo, podríamos concluir
que Europa ha optado por valorar
el medio ambiente, en este caso
en materia de aguas, por “egoísmo inteligente”. Sencillamente, se
ha acabado entendiendo que nos
sale caro contaminar y destruir
nuestras fuentes naturales de
agua.
Por otro lado, la Directiva Marco
de Aguas entiende que los ríos no
pueden seguir siendo administrados como simples “canales de
H2O”, de la misma forma que los
bosques no pueden ser gestionados como simples “almacenes de
madera”. Ríos y bosques son ecosistemas vivos que generan valores y servicios de altísimo valor,
más allá de ofrecernos recursos
madereros e hídricos. Por ello,
uno de los retos fundamentales
planteados por la citada Directiva
radica en la necesidad de transitar
desde los tradicionales modelos
de “gestión de recurso” a nuevas
estrategias de “gestión ecosisté-
mica”.
Este nuevo enfoque, que está
suponiendo invertir ingentes capitales, no se puede entender si no
se comprende el enorme valor
económico que acaba suponiendo
para un país disponer de ríos,
lagos y humedales vivos, así
como de acuíferos en buen estado. Sirva como referencia al respecto una simple reflexión: ¿cómo
se entiende que estemos dispuestos a pagar 1000 € por metro cúbico cuando compramos agua
embotellada? La respuesta es
sencilla: simplemente porque
entendemos que es agua saludable y de calidad… Sin embargo,
no debemos olvidar que tal calidad no es otra que la que nos
brinda gratuitamente la naturaleza
en cantidades ingentes cada día.
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