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Este artículo contiene dos videos

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sobre pueblos indígenas y tribales.

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28 febrero 2011 1 28 /02 /febrero /2011 20:55
 
 

http://www.hondudiarioh.com/l/sites/default/files/imagecache/Interior_Noticias/desnutricion.jpgSergio Barrios Escalante

 

Científico Social e Investigador. Escritor. Editor de la Revista Raf-Tulum y Miembro de la Iniciativa Guatemalteca por la Niñez y Adolescencia-ADINA

Adital

Introducción:

 

 

El presente ensayo representa un análisis global (aunque relativamente exhaustivo), el cual tiene como propósito central exponer importantes factores estructurales y coyunturales, que inciden de manera directa en el flagelo del hambre y la desnutrición crónica y aguda, particularmente en los infantes.

 

 

Se realiza aquí un balance general acerca de los más importantes logros, avances, obstáculos y desafíos que presenta la lucha por la reducción de dicha problemática, tanto desde la perspectiva de los esfuerzos institucionales del Estado y de la cooperación internacional, como desde los diversos sectores de la sociedad civil.

 

 

El carácter político e internacional del problema de la pobreza extrema y el hambre.

 

 

El padecimiento del hambre crónica y la consiguiente desnutrición en niños y adultos, es un flagelo ligado de manera directa a las condiciones de pobreza y pobreza extrema que viven millones de personas en todo el mundo, efecto subsecuente de las enormes disparidades sociales y económicas que desde hace bastante tiempo prevalecen en muchas regiones y países.

 

 

En tal sentido, esta problemática específica esta preñada de un fuerte carácter político, por cuanto que, en gran medida, su solución definitiva está al alcance de quienes detentan un lugar y una posición privilegiada dentro de la sociedad, y sin restarle responsabilidad a la sociedad en general, puede decirse que la búsqueda de soluciones al respecto, también depende en gran parte de quienes manejan los principales mecanismos y palancas en la toma de decisiones institucionales, principalmente a nivel de Estado, de gobierno y a nivel intergubernamental.

 

 

Por ende, no existe ninguna excusa para que persona alguna (sea niña, joven o adulta), padezca el flagelo del hambre y la desnutrición por causas involuntarias. Recursos hay y en gran abundancia; financieros, económicos, sociales, culturales, institucionales, científicos, naturales, tecnológicos etcétera.

 

 

Sin embargo, a nivel mundial, según cifras de la FAO y de varios organismos internacionales, alrededor de 960 millones de personas padecieron hambre durante el 2010, agravándose la situación en los últimos cuatro meses, pues de octubre del año anterior a enero del 2011 (según declaraciones del presidente del Banco Mundial), el alza del 15 por ciento en el precio de los alimentos ha lanzado a otros 44 millones de personas hacia el segmento de la extrema pobreza, factor relacionado directamente con los efectos de la presente crisis económica mundial, que entre otras consecuencias, ha provocando la grave situación de ingobernabilidad regional y rebeliones sociales como las del norte de África de estos días (1).

 

 

Por otra parte, la cruda realidad nos indica que en el caso de Latinoamérica, considerada una de las regiones más desiguales del planeta, el coeficiente de Gini mostrado entre el período 1950-2000, ha oscilado entre el 0.50 y el 0.53, lo cual, según el PNUD, muestra que su "exceso de desigualdad” ha frenado el desarrollo de esta región” (2).

 

 

En este mismo sentido, a nivel intrarregional y hablando en términos comparativos, en los primeros años del presente siglo, Bolivia fue el país con el Coeficiente de Gini más elevado (60.1), mientras que Nicaragua arrojó el Coeficiente más bajo de todo el subcontinente (0.43), siendo este el país con menor desigualdad en relación a la distribución de los ingresos. Guatemala y Brasil por su parte, presentaron en el mismo período coeficientes sumamente elevados (55.1 y 57.0 respectivamente), situándose por ello, entre los países con mayor desigualdad en la distribución de los ingresos a nivel latinoamericano y mundial (3).

 

 

En cuanto al fenómeno de la pobreza extrema y el hambre, la región del mundo que más éxitos reporto en sus esfuerzos de reducción entre 1990-2004, fue el Asia Oriental (China e India), cuya población ubicada en el rango de los que vivían con menos de un dólar al día (el 83 por ciento de la población mundial), descendió del 33.0 al 9.9 por ciento (un enorme y asombroso salto), mientras que las regiones de África sub-sahariana, Asia Occidental, América Latina, los países en transición del sureste de Europa y la Comunidad de Estados Independientes (CEI), vieron incrementados en términos absolutos, su población en extrema pobreza (4).

 

 

Hay que tomar en cuenta que estos datos se refieren al período inmediatamente anterior al estallido de la crisis económica mundial. Si antes del 2007/2008, período en el cual empezaron a subir dramáticamente los precios mundiales de los granos y alimentos básicos, el grueso de la población latinoamericana en situación de pobreza extrema padeciendo hambre, ya era sumamente extenso, las cifras de personas en tal situación se ha incrementado sustancialmente en el último par de años (2008-2010).

 

 

La situación alimentaria de la niñez a nivel mundial, en Latinoamérica y en Guatemala.

 

 

La desnutrición contribuye decisivamente en más de un tercio del total mundial de fallecimientos en niños menores de cinco años (5), y se refiere no sólo a la falta de alimentos, sino también a otros dos factores clave: atención y salud (6).

 

 

En el año 2008, un total de 195 millones de niños menores de cinco años del llamado "mundo en desarrollo” (países pobres), padecían de desnutrición moderada o severa, con marcados retrasos en su crecimiento y padecimientos de enfermedades comunes perfectamente evitables con una buena alimentación (7). Un año después (2009), la cifra de infantes en tales condiciones ascendía a 200 millones de niños y niñas (8).

 

 

En fecha reciente, Ann M. Veneman, Directora Ejecutiva de UNICEF, sostenía que más de una tercera parte de los niños y niñas que en el mundo mueren de neumonía, diarrea y otras enfermedades, podrían sobrevivir si no estuvieran desnutridos, al tiempo que señalaba el período clave de los primeros 1,000 días que median entre la concepción de un niño o niña y su segundo cumpleaños, como el lapso más crítico de su desarrollo, pues la deficiencia nutricional en ese intervalo puede reducir la capacidad de los niños para combatir y sobrevivir a las enfermedades, y puede limitar de por vida su capacidad mental y social (9).

 

 

Por otra parte, en un dato de suyo alarmante, el mismo reporte da a conocer que en nueve países del mundo, más de la mitad de los niños menores de cinco años (el 50 por ciento de este grupo etario), padecen de algún grado significativo de desnutrición, y se incluye entre esa lista a Guatemala, con lo que su situación en esta materia en particular, la sitúa en condiciones similares a los países de África y Asia del sur, que están entre las naciones con más alta prevalencia de este indeseable flagelo (10).

 

 

De igual manera, el dramatismo del caso de Guatemala también se hace evidente cuando se compara con los niveles de su región, es decir, con América Latina. Por ejemplo, en cuanto a la tasa de mortalidad de niñas y niños menores de 5 años (año de referencia 2009), el promedio latinoamericano se ubica en un 20.4 por ciento, mientras que el de Guatemala equivale al 42 por ciento, es decir, más del doble del promedio subcontinental (11).

 

 

En este mismo ámbito la situación para Guatemala ha llegado a tal extremo, que aunque tiene una economía relativamente fuerte en comparación con la sus vecinos más próximos, ni siquiera logra superar a otros países centroamericanos, pues El Salvador tiene un 19 por ciento de afectación; Honduras un 30 por ciento; Nicaragua el 35 por ciento; y Costa Rica apenas el 2.2 por ciento (12).

 

 

Guatemala: Algunos factores estructurales que inciden en la problemática del hambre y la desnutrición crónica infantil en este país.

 

 

Resulta difícil comprender como un país que sigue siendo eminentemente agrícola (es el primer productor mundial de brócoli por ejemplo), con una milenaria tradición en pequeña agricultura de auto-subsistencia, con un clima hasta hace muy poco tiempo envidiable, y con grandes extensiones de tierras ociosas, tenga en cuestiones alimentarias y nutricionales que ser comparado con niveles propios de África y las zonas más pobres de Asia.

 

 

La agricultura y la pequeña producción todavía tienen una particular importancia y un peso específico en la economía guatemalteca. Cerca del 40 por ciento de la población económicamente activa (PEA), está empleada en este sector y genera más del 20 por ciento del PIB nacional (13). Así mismo, dentro del sector agropecuario la agricultura ocupa un 60.4 por ciento, y además de generar divisas a nivel nacional, proporciona empleo a una buena parte de la población y se encarga de alimentar al país (14), e incluso, puede mencionarse que también alimenta a diversas poblaciones de El Salvador y Honduras.

 

 

Pese a lo anterior, desde hace décadas existe un proceso de gradual descampesinización y de reconcentración de la tierra, que junto a lacerantes políticas neoliberales de liberalización de importaciones con dominio de capital transnacional por parte de agronegocios (alentado por el llamado "Consenso de Washington” que promovían y promueven el retiro del Estado), vienen despojando a los pequeños agricultores de sus derechos sobre la tierra y el acceso a la misma, así como obligándolos a abandonar sus ocupaciones agrícolas tradicionales, empujándolos hacia la migración interna en las ciudades guatemaltecas o como migrantes hacia el extranjero (15).

 

 

Al control que las empresas transnacionales de los agronegocios ejercen sobre los precios de los granos básicos, y al subsidio que los países ricos derraman sobre sus productos agrícolas de exportación (que hacen quebrar a la pequeña agricultura local de autosubsistencia), se debe agregar el incremento de la conflictividad agraria, generada entre otras razones, por la inseguridad en la tenencia de la tierra y el despojo arbitrario de la misma, particularmente con fines de implementación de megaproyectos relacionados con la industria de extracción minera, construcción de grandes proyectos hidroeléctricos, y a la expansión del latifundio a través de la utilización de grandes extensiones de tierras para plantaciones de palma africana, y otros productos de exportación propiedad de las élites y sus socios extranjeros (16).

 

 

En tal sentido, es importante recordar que en la Conferencia Internacional sobre Reforma Agraria y Desarrollo Rural, realizada en Porto Alegre en marzo del año 2006, se estableció claramente la íntima vinculación existente entre tierra y desarrollo socioeconómico (17).

 

 

De allí que Winkler & Monzón resalten en su estudio, la estrecha relación que hay entre el desarrollo rural de carácter integral, y los procesos transformativos de las estructuras agrarias, que no sólo permiten la democratización del acceso, uso y control de la tierra, sino que también a la postre propician un desarrollo social y económico más equitativo (18).

 

 

No existe ninguna razón económica, técnica (ni moral) para aceptar la situación de hambre y desnutrición crónica por la que actualmente atraviesa buena parte de la niñez guatemalteca.

 

 

Si quisiéramos medir el éxito en términos de nivel de ingresos per cápita, a pesar de sus múltiples carencias como todo país latinoamericano, la evolución económica de Guatemala en las últimas dos décadas (1986-2007), mostró signos de recuperación cercanas a las experimentadas durante las históricas tasas de crecimiento de los años sesentas e inicios de los setentas del siglo XX, situándose este país en dicho período en el grupo de 120 naciones de ingreso medio bajo, cuyo rango oscila, de acuerdo a estándares del Banco Mundial, entre los US $ 906.00 a los US $ 3,595.00 (19).

 

 

Por lo demás, este país ha logrado durante muchas décadas mantener una relativa estabilidad macroeconómica, con bajas tasas de endeudamiento externo y de inflación, así como es famoso por ocupar uno de los primeros lugares a nivel mundial en cuanto a la posesión de naves aéreas (avionetas y helicópteros), de propiedad exclusivamente privada.

 

 

Sin embargo, pese a lo anterior, el 31.9 por ciento de la población total de Guatemala (alrededor de 3 millones de personas), sobrevivía en el año 2002 con menos de dos dólares al día. Mientras que para el año 2006, el 71.3 por ciento del total de la población económica ocupada (PEO) estaba formada por el sector informal y de microempresas, involucrando a más de cuatro millones y medio de personas en actividades económicas con muy bajos o precarios ingresos (20), aunque debe reconocerse que en dicho período hubo un leve descenso en la cantidad de personas viviendo en extrema pobreza (21).

 

 

Compromisos del Estado guatemalteco en torno a garantizar la seguridad alimentaria y nutricional para los infantes y población en general.

 

 

En los últimos años el Estado guatemalteco ha emprendido una serie de compromisos en torno a la búsqueda de logros en términos de garantizar la seguridad alimentaria y nutricional para los infantes, esfuerzos que a grosso modo pueden clasificarse en los siguientes ámbitos: el jurídico y normativo; el político-institucional; y el programático-social (planes, proyectos, campañas etc.).

 

 

En el nivel jurídico-normativo el país ciertamente ha hecho avances significativos en el plano internacional y nacional: es firmante del Convenio de los Derechos del Niño; en 1985 promulgó una nueva Constitución Política de la República con compromisos específicos de protección a la familia (22); El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales –PIDESC-, suscrito por el Estado de Guatemala en 1988: en 1990 se adhirió y asumió compromisos concretos en el Marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) (23); en el año 1996 asumió compromisos adicionales y concretos en los llamados Acuerdos de Paz, con los cuales se puso fin a más de 36 años de guerra civil (24); mientras que en los primeros años del siglo XXI promulgaron entre otras: la Ley del Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria; la Ley de Desarrollo Económico y la Ley de Protección Integral a la Niñez y la Adolescencia, entre otras.

 

 

En el ámbito político-institucional el Estado guatemalteco también ha logrado avances en los últimos años, estando entre otros; una Política de Desarrollo Social y Población; la creación de una Política Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional; un Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONASAN); y se ha creado una Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SESAN).

 

 

Mientras que a nivel de planes y programas de gobierno, en las últimas tres administraciones: Alfonso Portillo (1999-2003); Oscar Berger (2004-2007); y Álvaro Colom (2008-2011), se han creado un sinnúmero de planes y programas sociales de atención específica a la problemática de la mal nutrición infantil, entre los que sobresalen los siguientes: La "Estrategia de Reducción de la Pobreza”; "El Plan de Reactivación Económica”; el programa "Guate Solidaria Rural” (25); "Creciendo Bien”; "Salvemos Primer Grado”; "Extensión de Cobertura de los Servicios Básicos”; "Vaso de Leche”; y el mega-programa denominado "Cohesión Social” (26).

 

 

La rendición de cuentas del gobierno con respecto a la reducción de la pobreza extrema, el hambre, la desnutrición y la mortalidad infantil en Guatemala.

 

 

En los últimos veinte años (1989-2006) la reducción del número de personas en extrema pobreza apenas alcanzó un 2.9 por ciento, por lo que resulta evidente que la meta de reducirla a un 50 por ciento en el 2015 (en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio), no se cumplirá, pues según la fuente oficial consultada, el avance acumulado sólo alcanza el 32 por ciento (27).

 

 

Pese a ello, el actual gobierno cita como un logro el hecho de que durante los años críticos del 2008 y el 2009, la inversión social creció a un promedio anual de 22 por ciento con referencia a 2007, mientras que las transferencias monetarias condicionadas orientadas específicamente a reducir la pobreza, crecieron durante el mismo período 2.7 veces (28).

 

 

En cuanto al compromiso de la reducción a la mitad del porcentaje de personas con hambre, particularmente, en relación a la desnutrición global (peso) y a la desnutrición crónica (talla) en los infantes menores de cinco años, en los últimos 22 años (entre 1987 y 2008/2009), ha habido una marcada tendencia al descenso, al punto que en la actualidad el país se encuentra a sólo 2.55 puntos porcentuales de alcanzar la meta trazada para el 2015 en este indicador, muy por el contrario de lo que ocurre con la desnutrición crónica infantil (llamada con justa razón "enemigo silencioso”), la cual si bien mostró una tendencia a la baja durante unos años, a partir de 1998/1999 y el año 2002, han habido repuntes (29): en 1987 el número de afectados era del 57.9 por ciento; en el 2002 era el 43.3 por ciento. La meta de reducción para el 2015 en este indicador es del 29.0 por ciento, quedando una brecha de 14.5 por ciento, muy poco probable de ser alcanzada en el lustro que aún queda de plazo, de acuerdo a las fuentes oficiales que elaboraron el presente informe gubernamental (30).

 

 

Respecto a la subnutrición (porcentaje de la población general por debajo del nivel mínimo de consumo de energía alimentaria), en 1989 el porcentaje afectado se calculaba en 18.1 por ciento, mostrando una leve reducción en el 2006 (15.2 por ciento); la meta de disminución en este indicador es del 9.05 por ciento para el 2015, quedando todavía una brecha de 6.15 por ciento (31).

 

 

Con relación a la reducción de la mortalidad infantil en niños menores de cinco años, en Guatemala la tasa de mortalidad en la niñez en 1987 era de 110 por cada mil nacidos vivos; para el período 2008-2009 descendió a los 42 por cada mil nacidos vivos (32).

 

 

Las fuentes oficiales establecen cálculos optimistas respecto a la posibilidad de alcanzar la meta específica en este rubro (37 por cada mil nacidos vivos en el 2015), siempre y cuando en el lapso que falta se continúe con el 2.8 por ciento anual como ritmo de descenso promedio (33).

 

 

Respecto a las tasas de mortalidad infantil en menores de 1 año, las tasas de mortalidad por cada mil nacidos vivos en 1987 (año base) era de 73; en el lapso 2008/2009 era de 30; la meta establecida para el 2015 es de 24, por lo que la brecha aún restante (de 6) es todavía alcanzable (34).

Guatemala: Hambre y desnutrición crónica infantil y general 2 de 2 

 

 

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