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El territorio andino resulta ser el único lugar en el mundo donde el concepto del Pachacuti se opera en su absoluta dimensión histórica, ritual, revolucionaria.
Wilson García Mérida
(Datos & Análisis).- A riesgo de que el signore Stefanoni me acuse de “pachamámico”, sostengo que el territorio andino resulta ser el único lugar en el mundo donde el concepto del Pachacuti se opera en su absoluta dimensión histórica, ritual, revolucionaria. Ergo: lo andino es el espacio donde el tiempo da sus propios giros.
Uno de los mayores errores que cometieron los políticos y “estadistas” que fracasaron en el intento de crear la “comunidad andina”, en las tres últimas décadas del siglo pasado, fue pervertir el concepto de lo andino, reduciéndolo a un mercado común tipo europeo, proyectándolo hacia un industrialismo trasnochado, ropavejero, con residuos y migajas del capital financiero internacional. Bajo esa lógica persistentemente colonial, Bolivia se dedicaría a fabricar autos que nunca se fabricaron, Perú se especializaría en producir baldes de plástico, Ecuador textiles “for export”, Colombia de la cocaína no salía y Chile se mató de risa. El experimento costó miles de millones de dólares que terminaron en las cuentas de los “andinos” de cuello blanco. Por ello nunca fue viable esa “integración”, ni lo será, mientras la mirada sobre lo andino siga siendo la de los “civilizadores” modernoides.
Lo andino es otra cosa. Los países que forman parte de la gran cordillera andina, en cuyos picos nevados se gestan los afluentes del Amazonas, tienen en común no un simple mercado sino una cultura, en la acepción más densa de la palabra: cultura entendida como memoria histórica, como identidad y como una cosmovisión.
La llamada comunidad andina, territorialmente hablando, ocupa, ni más ni menos, el mismo escenario que ocuparon los incas como imperio. A riesgo de que el signore Stefanoni me acuse de “pachamámico”, el continente andino resulta ser el único lugar en el mundo donde el concepto del Pachacuti se opera en su absoluta dimensión histórica, ritual, revolucionaria. Ergo: lo andino es el espacio donde el tiempo da sus propios giros.
Cuando llegaron los conquistadores españoles hace más de cinco siglos el tiempo andino se detuvo. Pero no sería eternamente. Algún día volvería a girar el reloj de los dioses aymaras en pacto con el emperador quechua. Ese tiempo llegó y es un tiempo nuevo. Volvieron los mitimaes danzando su culto a las deidades de la fertilidad. La masa indígena está rompiendo las fronteras impuestas por el cholaje colonizante. Y ahí los vemos: bailando la Morenada y la Diablada lo mismo en Puno que en Oruro, llevando ofrendas de llameros a las Vírgenes – Huacas tanto en Quito como en Quillacollo. Hay que tener la mente achatada del mestizo ni fu ni fa, del provinciano colonizado y folclórico, del cholo enseñoreado, para no darnos cuenta que nuestra pertenencia andina tiene la grandeza casi cósmica de un territorio, de un continente, donde nuestros ancestros construyeron una cultura que está hoy cada vez más pujante y vigorosa; una cultura vital, viva.
Y ante esta incontrovertible emergencia histórica, no estaba cumpliendo el Ministerio de Culturas del Estado Plurinacional de Bolivia su misión estratégica y comunicativa de promover la cultura andina como un patrimonio de todos los países que componen esta desarticulada comunidad.
Por este motivo tuve un choque, entre otros de afín razón, con la anterior Ministra de Culturas y su asesor bajista que componía canciones para aplastar al cocalero. Les contaré detalles la próxima semana.
llactacracia@yahoo.com
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